La ritualización del confinamiento

Este artículo fue publicado originalmente en Catalunya Plural el pasado día 14 de abril de 2020.

La ritualización del confinamiento

Como no podía ser de otra manera, nuestras pautas de consumo se han visto modificadas tras varias semanas de confinamiento. El alcohol, el picoteo y otros productos similares han ido sustituyendo a las iníciales, y un tanto impulsivas, compras de productos de higiene personal. La explicación psicológica habla de darnos recompensascaprichos, ante lo exótico de la situación, pero, ¿qué pueden aportarnos las ciencias sociales?

El ser humano es un ser social por definición. Esta no es una condición que pueda elegirse -no se puede escoger libremente ser o no social-, sino que es algo que se encuentra en la base misma de lo que nos define como especie. La capacidad de relacionarnos entre nosotros y con el resto de elementos de la naturaleza, sean estos animados o no, así como la posibilidad de instaurar e interpretar símbolos y, de paso, crear mundos, nos permite ampliar de manera casi ilimitada las posibilidades de nuestra existencia.

Decía Georg Simmel que las palabras son la unidad mínima de esta relación. Esta sería la explicación sociológica a esas absurdas y, muchas veces, banales conversaciones en los ascensores y otros espacios estrechos y cerrados; cuando nos encontramos, los humanos tenemos -de manera casi inevitable- que establecer una relación, sea del tipo que sea, si no con las palabras, como señalara Simmel, con los gestos, las miradas, etc.

Pero es más, dentro de esa creación de mundos está la propia creación del tiempo. El tiempo no es meramente una cosa física, sino que es una construcción social. La sucesión de los segundos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años fue establecida por el ser humano mucho antes de la creación del primer reloj de arena o del desarrollo de la física cuántica avanzada. Fue a través de las relaciones sociales que el tiempo fue determinado.

La recogida de las cosechas, el sacrificio de los animales, las celebraciones religiosas, los enterramientos, nacimientos, etc., fueron los procesos que nos permitieron delimitar, establecer, instituir el tiempo. Ese tiempo ancestral, que nos relacionaba íntimamente con la naturaleza, era un tiempo cíclico, un eterno retorno y repetición oportunamente marcado por la actividad humana colectiva. Posteriormente, la dinámica industrial y capitalista se encargó de diseñar un nuevo tiempo lineal, aparentemente infinito, que nos ha traído no pocos problemas.

Ahora, en tiempo de confinamiento, cuando todos los días parecen ser iguales, vuelve a emerger esa necesidad ritualística de creación del tiempo; nos levantamos, desayunamos, hacemos ejercicio, recuperamos viejas amistades y contactos, jugamos más, estamos más interconectados, etc. En estos momentos en los que la realidad de nuestra sociedad productiva capitalista se ha puesto en modo pausa, retornan las posibilidades de un tiempo no lineal, sino cíclico, centrado en nosotros y en nuestras relaciones con los demás.

Pero estas dinámicas no se dan, ni se han dado nunca, en el vacío de la necesidad material. Están llenas de comensalismo, esto es, comer y beber juntos, donde el alcohol ha jugado y juega tradicionalmente un papel de facilitador social, sobre todo en las culturas mediterráneas, bailes, música, aplausos y otras formas de expresión.

He ahí la explicación a estos incrementos de consumo de productos como cervezas, vinos, patatas, etc., que han sustituido a la inicial inercia basada en la compra compulsiva de papel higiénico o geles de alcohol para lavar las manos; no estaríamos más que ante la elemental necesidad de celebrar rituales que nos permitan acomodarnos y dar sentido a la situación singular que el confinamiento nos ha traído estos días. En ellos, el consumo de este tipo de productos no sería más que un elemento añadido a esta ritualización del confinamiento.

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Pagadles más!

Hay una versión en catalán de este artículo en la web de La Realitat.

Se acerca la temporada turística y, desde los sectores productivos vinculados a esta actividad, comienzan a ver las orejas al lobo en relación a la falta de trabajadores. Sin ir más lejos, en el reciente encuentro entre empresarios del turismo organizado por el Grupo HOTUSA, representantes del Banco de España se descolgaron con algunas declaraciones donde señalaban la necesidad de «mejorar las políticas activas para aliviar la falta de trabajadores» en el sector. Esto es así porque, desde hace unos años, en concreto, desde la salida de los momentos más duros de la pandemia de COVID19, muchos de los trabajadores que, con anterioridad, se ocupaban en el turismo, no han vuelto a aceptar condiciones de trabajo similares. La cierta reestructuración del sector durante los momentos más duros del confinamiento y las medidas sociales puestas en marcha por el Gobierno central bajo el Estado de Alarma (EA) han desplazado la demanda de empleo hacia otros sectores productivos.

Sin embargo, ésta no es una cuestión únicamente vinculada al turismo, ocurre en todos aquellos sectores donde precariedad y desprotección van de la mano, por ejemplo, la construcción. Así, lo que el encuentro de HOTUSA señaló, aunque de forma tácita no directa es que, desde el Gobierno, ya sea mediante políticas de zanahoria, ya sea mediante política de palos, se ‘fuerce’ a los trabajadores a aceptar los trabajos precarios y mal pagados típicos del turismo. Y por eso utilizan el eufemismo de “políticas activas coordinadas con el sistema de prestaciones y subsidios de desempleo”, pero en realidad lo que quieren decir es que debe articularse el acondicionamiento de las prestaciones laborales con la aceptación de las trabajos ofrecidos, hacer posible la combinación de trabajo/prestación, etc., para poder seguir manteniendo los bajos salarios y el nivel de beneficios. Cabe recordar que si la tipología de contratos ha cambiado en el sector, no ha sido porque, de repente, se hayan vuelto convencidos socialdemócratas, sino porque se han visto obligados por la legislación recientemente aprobada. De ser así, que internalicen actividades como las camareras de piso, aquéllas que han pasado a empresas de servicios con salarios más bajos.

Además, la presión en el gobierno va acompañada de una dinámica ideológica de estigmatización bajo la etiqueta de ‘turismofobia’ a aquellos movimientos y colectivos que denuncian las dinámicas de turistificación, ya que son plenamente conscientes de que sólo mediante una combinación de infraestructura, salarios bajos, y superestructura, ideología turística, es posible que el sector obtenga beneficios.

La solución es fácil: si verdaderamente se quiere aliviar la falta de trabajadores en el turismo, basta con pagarles más, implementar políticas de conciliación y permitir la actividad sindical.

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Las APEUs y la batalla por el espacio urbano

Este artículo fue escrito conjuntamente con Eulàlia Reguald, Itziar González y Iolanda Fresnillo y publicado el pasado 13/10/2020 en el diario Público.

Como en todas las series escritas y producidas por David Simon y George Pelecanos, en The Deuce asistimos a un espectáculo complejo. Por un lado, tenemos unos personajes que permiten hilvanar, con su quehacer, la realidad del submundo de la prostitución, la industria pornográfica y los bares de los bajos fondos del Manhattan de los años 70. Sin embargo, simplemente con estar atentos al devenir de los diferentes capítulos, es posible observar la aparición de otros protagonistas que, no por carecer de carne y hueso, son menos importantes. En efecto, se trata de la propia Nueva York, de su entramado político e institucional, del atisbo de las primeras medidas neoliberales que llevarían a convertir a la Gran Manzana en el escenario turístico que es hoy y del protagonismo de una de sus zonas centrales más emblemáticas. No en vano, la serie lleva por subtítulo Crónicas de Times Square.

En la breve cronología de la existencia de los Business Improvement Districts (BID’s), Time Square destaca por el grado de éxito alcanzado. Actualmente convertida en una de las áreas más renombradas (y cinematografiadas) de Manhattan, fue fundada como BID en 1992 y, tal y como señala su propia página web, «trabaja para mejorar y promover Times Square, cultivando la creatividad, la energía y la ventaja que han convertido al área en un ícono del entretenimiento, la cultura y la vida urbana durante más de un siglo». Presidida por un promotor inmobiliario, cuenta como vicepresidentes a un representante de la aseguradora AXA y a un ejecutivo del conglomerado mediático Viacom, propietaria, entre otras, de la productora de Hollywood Paramount Pictures. Aunque se trata de una alianza público-privada, los miembros pertenecientes a la administración pública de la ciudad son minoritarios en su Junta Directiva; claro indicador de su carácter poco democrático.

Los efectos de la denominada Time Square Alliance no se hicieron esperar. En la actualidad, Nueva York cuenta con hasta 75 diferentes BID’s, los cuales han colaborado, de manera destacada, a que la ciudad se haya convertido en uno de los espacios más mercantilizados, turistificados y desiguales de Estados Unidos. A modo de ejemplo, el alquiler de un comercio o restaurante cercano a esta zona puede llegar a pagar más de veinte mil dólares por metro cuadrado al mes y cualquier movimiento extraño, aunque inocente, en la zona es inmediatamente reprimido por una legión de miembros de compañías de seguridad y policía.

El Parlament de Catalunya se encuentra, por su parte, en las últimas fases de aprobación de la adaptación de la figura de los BID’s al armazón jurídico catalán: las Àrees de Promoció Econòmica Urbana (APEUs). La Ley que las crea y desarrolla, y que se abre camino estos días en la principal institución catalana con el único rechazo de la CUP y Catalunya en Comú-Podem, otorga a estas figuras los objetivos de «modernizar y promocionar determinadas zonas urbanas, así como mejorar la calidad del entorno urbano mediante actuaciones sostenibles; consolidar el modelo de ciudad compacta, compleja y cohesionada y medioambientalmente eficiente; e incrementar la competitividad de las empresas, favoreciendo la creación de empleo». Y para ello, serán gestionadas por «entidades privadas, sin ánimo de lucro y con personalidad jurídica propia, constituidas por las personas que acrediten ser titulares del derecho de posesión de los locales definidos».

Aunque los objetivos y supuestos beneficios de este tipo de áreas parecen estar claros, no lo están menos los posibles efectos no tan positivos de su implementación. La bibliografía académica destaca, entre otros, los problemas generados por su escaso control democrático, la privatización encubierta del espacio público, la fragmentación del espacio urbano generado, el incremento del valor del suelo que puede llegar a generar, el efecto bola de nieve, arrastrando a otras áreas a acogerse a la misma normativa ya que el comercio limítrofe a las mismas también querría beneficiarse de sus supuestos efectos positivos mediante la instauración de su propiaAPEU, las dinámicas de gentrificación desatadas, etc.

No podemos, tampoco, olvidar un elemento clave de los efectos negativos de los BID’s: su impacto en la vivienda  existente en esas áreas y en lo que la ley define como «el uso social de la propiedad privada». La actual ley catalana de urbanismo no describe mecanismos para recuperar las plusvalías que generan las rehabilitaciones o reurbanizaciones públicas en las zonas de suelo urbano consolidado. Eso hace que la inversión económica pública en el espacio urbano genere plusvalías en la totalidad (no solo los locales de planta baja sino también en las plantas superiores) de las propiedades privadas colindantes. De esta manera aumenta su valor urbanístico, sin que hayamos establecido aún algún mecanismo para garantizar el retorno social de las mismas.  Estamos imaginando, por ejemplo, la posibilidad de afectar y obligar a que durante un número determinado de años, esos edificios pusiesen sus viviendas en régimen de alquiler asequible y contener así el vaciamiento y sustitución de los vecinos y las vecinas, así como la más que posible especialización sólo en  usos comerciales y turísticos. Porque se hace evidente que en el actual modelo económico neoliberal, aunque las entidades privadas que gestionen los BID’s digan en sus estatutos  ser entidades «sin ánimo de lucro», los que tengan » derecho de posesión» con esta coartada legal se lucrarían privadamente de los beneficios, sin ninguna participación del resto de la comunidad y de los contribuyentes.

Bajo las circunstancias que nos encontramos, con la vigencia de medidas altamente restrictivas sobre el espacio público debido a la necesidad de controlar la expansión del COVID19, poner en marcha una figura de estas características no puede dejar de ser preocupante. En un cálculo efectuado a mediados de junio, sólo la ampliación del espacio de calles y plazas cedidas a las terrazas de bares y restaurantes en la ciudad de Barcelona suponía una merma de hasta cuatro hectáreas, esto es, unos cuatro campos de fútbol menos de espacio urbano destinado al disfrute y la socialización de los vecinos y vecinas de la capital catalana. Es verdad que se han puesto en marcha algunas medidas, como la ampliación de zonas para peatones mediante el controvertido urbanismo táctico, que persiguen equilibrar esa situación, pero también es verdad que, como todo parece indicar, la cesión del espacio para la restauración parece haber venido para quedarse y los resultados del urbanismo de colores figura ser más efectista que efectivo. En una situación como ésta, transferir, aunque sea ligeramente, la gestión de determinadas prerrogativas sobre el espacio urbano a entidades privadas cuya única función es incrementar las ventas y el consumo de los bienes y productos de sus socias y socios, no parece la solución más adecuada.

En otra conocida serie norteamericana, Modern Family, uno de los protagonistas, Phil Dunphy, agente de bienes raíces de éxito y padre de una moderna familia de clase media californiana, repite, siempre que tiene ocasión, que el éxito para cualquier operación inmobiliaria se basa en location, location, location. Y tiene razón, es la localización de los bienes urbanos, edificios de apartamentos, oficinas y otros, pero también de las calles y las plazas, de parques, jardines, de chaflanes y patios, los que le otorgan su verdadero valor a la ciudad; un valor que no es solo precio inmobiliario, sino también espacio de y para las relaciones sociales al que no se le puede poner precio y menos dejar en manos de intereses puramente materiales. Asistimos, de esta manera estos días, a una batalla silenciosa, a un episodio más de la guerra por la ciudad, en este caso, a una que tiene por elemento en disputa el espacio urbano.

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LA PLATAFORMA DE CIENCIAS SOCIALES CRÍTICAS DENUNCIA LOS EFECTOS YSOBRECOSTES QUE GENERARÁ LA CELEBRACIÓN DEL MUNDIAL DE FÚTBOL 2030

LA PLATAFORMA DE CIENCIAS SOCIALES CRÍTICAS DENUNCIA LOS EFECTOS Y
SOBRECOSTES QUE GENERARÁ LA CELEBRACIÓN DEL MUNDIAL DE FÚTBOL 2030


El profesor y escritor Carlos Taibo, el catedrático de antropología Manuel Delgado, la socióloga y editora Patricia Castro o el profesor y activista Joan Buades forman parte de los más de 30 profesionales y académicos que han apoyado con sus firmas el manifiesto de la Plataforma de Ciencias Sociales Críticas contra la celebración del Mundial de Fútbol 2030.

La acción, que parte de un grupo de investigadores y profesores de diferentes universidades españolas, pero también de otros países del contexto europeo, señala y denuncia que acoger la celebración de un mega evento como el Mundial de Fútbol 2030 significa apostar por el recrudecimiento de los efectos de las políticas neoliberales sobre los territorios de acogida, así como por el colapso ecológico global. 

«Según estudios recientemente publicados, las Olimpiadas de Barcelona 1992 supusieron pérdidas generales de hasta 1.000 millones de € y el Mundial de España de 1982, de hasta 200 millones de €. En el caso de la capital catalana, se aceleró la catalización y expansión de dinámicas globales que ya asomaban a partir del modelo Barcelona: la turistificación de las áreas centrales y del litoral de la ciudad, el aumento de la securitización del espacio público, el alza de los precios de vivienda y del coste de la vida, la construcción de obras faraónicas e infraestructuras aéreas colosales y la transformación de otras ciudades y barrios enteros, siguiendo su ejemplo, sin un plan de impacto social y protección sobre sus habitantes. Tras el anuncio, y con honrosas excepciones, desde diferentes instancias políticas, económicas y mediáticas se ha puesto en marcha la maquinaria de generación de consensos, la cual consiste en explicar y amplificar los supuestos beneficios económicos y por supuesto, de generación de empleo (¿de qué tipo?) que un evento de tales características tiene para el país, olvidando o relegando al mínimo los sobrecostes sociales, urbanos y económicos que esta clase de celebraciones supone».

Junto Taibo, Delgado, Castro y Buades aparecen nombres como Jorge Sequera, Jose Mansilla, Caterina Borelli, Miguel Ángel Martínez, Stefano Portelli, Javier Gil, Inés Gutierrez Cuelo, Martin Lundsteen, Álvaro Sevilla-Buitrago, Begoña Aramayona o Gabriela Navas. Como instituciones aparecen el Grupo de Estudios Críticos Urbanos, de Madrid o el Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà, de Barcelona.

Los firmantes acompañan su denuncia de una serie de demandas entre las que se pueden encontrar el fin de las subvenciones y excepciones fiscales a las industrias altamente contaminantes y con mayor influencia en el calentamiento global, como las compañías aéreas y los cruceros; la no ampliación o generación de nuevas infraestructuras aéreas o portuarias bajo la excusa de la celebración de tal mega evento; el hacer efectiva y ampliar la Ley de la Vivienda, limitando los alquileres de media estancia y dificultando los desahucios; la puesta en marcha de unas políticas urbanas cercanas a la gente y sus necesidades, vivienda, espacios verdes, transporte público, equipamientos, y no a los visitantes o la apuesta por un modelo de transición eco-social y de modelo económico que ponga en el centro la vida humana y el tiempo libre. 

La recogida de firmas, que se encuentra abierta a todo el mundo en el este enlace, continua abierta y sus promotores diseñan futuras acciones.

Más información:

@noalmundial2030
noalmundial2030@gmail.com

Contactos responsables:

Jorge Sequera
Jose Mansilla

Para leer el manifesto aquí.

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Desacatos en la ciudad bajo estado de peste

Este artículo fue publicado originalmente en el diario Catalunya Plural el pasado día 25 de marzo de 2020.

Desacatos en la ciudad bajo estado de peste

El pasado día 20, el diario ABC publicaba que en el popular barrio sevillano de Las Tres Mil Viviendas, la iglesia evangélica local había organizado una ceremonia de culto en plena calle, desoyendo el estado de alarma decretado por las autoridades. La grabación clandestina realizada por un vecino puso en alerta a las Fuerzas del Orden, las cuales incrementaron su presencia en las calles y plazas de forma inmediata y sustancial. Pero éste, por llamativo, no es el único ejemplo de desacato al estado de alarma que estamos viviendo.

Dos días antes, los Mossos d’Esquadra levantaban acta en el municipio de Selva del Camp, Tarragona, a siete adolescentes que se habían citado en una céntrica plaza de la localidad para pasar el rato. El Ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, ha cifrado en hasta 31.000 las multas impuestas, además de en 350 las detenciones realizadas por desobediencia o atentado contra la autoridad, ese cajón de sastre que lo mismo vale para un roto que para un descosido cuando se trata de imponer la voluntad de la autoridad.

Estos días de confinamiento, los medios de comunicación y las redes sociales van llenos de noticias, cifras, anécdotas, memes, vídeos y un largo sin fin de formas de expresión de la realidad que estamos viviendo. No sería exagerado decir que, como señalara Michel Foucault en Vigilar y castigar, se ha instaurado el estado de peste. Para el filósofo francés, la peste es la prueba ideal para definir el ejercicio del poder disciplinario; una ciudad apestada, bajo cuarentena, es una ciudad «inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada».

No sería exagerado decir que la reclusión que vivimos por la pandemia de coronavirus es uno de los mayores episodios de ejercicio de biopoder de los que se tienen noticias en las últimas décadas; un poder que ya no se ejerce mediante la fuerza física, la muerte, o el ritual, tan costosos ambos, sino que, de nuevo en palabras de Focault, «invade la vida enteramente».

Ahora bien, este intento de intervención de la polis (el poder político), sobre la urbs (la esfera social, la vida urbana) resulta, como siempre, infructuoso. El control social de la población, su disciplinamiento mediante medidas de carácter coactivo, de amenaza y sanción, tan necesario para una sociedad capitalista, tiene su principal debilidad en los márgenes de un sistema en el que los mecanismos dispuestos a través de la escuela (la educación) o la fábrica (el sistema productivo) han manteniendo de forma histórica un escaso despliegue.

En estos lugares es necesario volver a los viejos modelos de exclusión, física (mayor seguridad) y simbólica (dinámicas de exclusión). No deja de ser llamativo que los desacatos más conocidos, los más virales, se hayan producido en espacios y con grupos de población donde está ausente el modelo por excelencia de ciudadano, la clase media. Barrios marginalizados, como Las Tres Mil viviendas; población muy joven, como la de la Selva del Camp, o muy mayor; personas racializadas o localidades con amplia presencia de las clases populares, como L’Hospitalet de Llobregat.

La solución para estos casos es bien conocida, un mayor despliegue policial unido a procesos de estigmatización que, a su vez, mantienen una función doble: por un lado, señalar al necesario culpable de la situación y, por otro, descargarnos a nosotros de toda responsabilidad; salir a hacer running, bien, celebrar ritos religiosos, mal.

En definitiva, mientras asistimos a uno de los mayores ejercicios de control social de todos los tiempos, continúan vigentes viejos y nuevos mecanismos de intervención; esquemas ejecutados sobre una realidad empeñada en darle la espalda a unos planes concebidos para determinar la forma de la vida social colectiva.

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La infància al Poblenou

Font: Ajuntament de Barcelona

En un barri anomenat Poblenou, hi ha una escola, jove per als vells, vella per als joves. L’Arenal de Llevant és una escola gran, blanca, animada, on hi poden haver tota mena d’alumnes, professores, directores i animals. Està ben situada, just al seu davant té un bloc de cases que donen vida a un gran parc on, a la tardor, s’omple de nens jugant amb les fulles i nedant entre la imaginació que el parc regala. Hi ha una taula de ping-pong on nens, nenes i animals juguen imaginant que estan a un vaixell pirata, fugint de les criatures marines. Un turó immens ple d’herba on nens, nenes i animals juguen a fer curses de croquetes, amb els pares en peus cansats de netejar, tirar i arreglar tanta quantitat de roba. En un costat, una mare va donant ordres a un parell de nens, que imaginen ser uns grans espies o policies. En els porxos de les cases hi ha els més menuts, jugant a mares i pares, creant una vida extraordinària. Els nens de l’Escola de l’Arenal de Llevant surten a les tardes de la tardor corrents cap aquell parc amb ganes de convertir-se en pirates, policies i croquetes.

A l’esquerra del col·legi tenim un parc, parc vermell l’anomenen els més grans, amb un tros petit de parc pels menudets on juguen a fer filera en el tobogán o a què estan volant en el gronxador. Fora del petit recinte tenim una immensa capacitat d’espai amb uns quan bancs on descansen les mares, i trossos verds per passejar els gossos, també tenim un recinte de cases, on els més grans juguen a pillar-se uns als altres, i a riure’s del porter que, de tant xivarri, deixa un crit a l’aire. Els nens de l’Arenal l’anomenen el parc vermell, un lloc on poden jugar des de ben menuts, fins als de sisè que, amb la tristesa de deixar l’escola, s’ho passen millor que ningú.

En el pati de l’escola es veuen tots els nens jugant, parlant, imaginant, cridant entre ells. Quan estan ja cansats del parc i l’escola finalitza, molts nens i nenes queden per passejar pel Poblenou, un barri petit dins una gran ciutat, on les festes són infinites. Els més grans van al centre comercial a passar-ho bé i els més menudets es queden a casa o fent extraescolars.

Aquest és el nostre barri, l’hem de cuidar, diuen les mares als seus fills i filles en les festes; potser, algun dia, hauràs de salvar-lo tu. El barri, encara que no sigui el d’abans, segueix replè d’alegria, però amb cada vegada més protestes; davant de la nostra escola, tenim tots els nens i nenes jugant feliços, pintant amb guixos a terra o fent curses amb el semàfor, és una protesta als cotxes.

Els pares cada vegada estan més preocupats i molts deixen d’assistir a les trobades al parc, ja no hi ha tants policies, croquetes o pirates. Els parcs comencen a estar cada cop més buits, els nens estan asseguts, amb la cara al mòbil, ara només queden els més menuts jugant, intenten trobar policies, croquetes o pirates, tots estan inundats en la pantalla, els que tenen germà gran, comencen a fer el mateix, els pirates ja s’han extingit. A poc a poc els pares es cansen d’esperar hora rere hora els seus fills, que estan asseguts enganxats a la pantalla fent el mateix que poden fer a casa, ara ja no queden espies.

Ara, quan els nens surten de l’escola, no volen saber res del parc, se’n van al sofà de casa, s’han extingit les croquetes. Ara només queden records dels nens grans, trossos de fuet per terra i la mirada del conserge que amb tristesa espera l’arribada d’aquells nens rients, que no arribaran mai. Ja no hi ha policies, croquetes ni pirates.

Per la Dra. Vives

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La candidatura de Xavier Trias: explicando Barcelona en clave de clase

Texto publicado originalmente en catalán en La Realitat (03/02/2023).

Sin duda, es posible afirmar que la reciente candidatura de Xavier Trias a la alcaldía de Barcelona, al menos en cuanto a la esfera de la política municipal, es una de las noticias más destacables de los últimos tiempos. La entrada de Trias en la carrera electoral podría suponer, entre otras cosas, una reconfiguración de la estrategia política del resto de contendientes, ya que se intuye un cierto intento por situar el eje del debate en torno a la elección entre dos formas distintas de entender la ciudad: la actual, de Barcelona en comú, con una trayectoria de dos legislaturas centradas, a nivel urbano, en la pacificación de parte del entramado urbano, el intento de control, con resultados desiguales, de las dinámicas de turistificación o el volumen de las inversiones en carriles bici y tranvía, frente a la apuesta de Trias, un alcalde recordado -gobernó Barcelona entre los años 2011 y 2015- por su carácter business friendly, su apuesta por la Smart City y la conversión definitiva de Barcelona en un destino turístico internacional. Esta contraposición entre dos formas distintas de entender la ciudad, por otra parte, podría ser interesante a la hora de explicar las transformaciones ocurridas en Barcelona en clave de clase.

Existe cierto consenso entre los estudiosos del urbanismo local de las últimas décadas a la hora de establecer una cierta clasificación por fases por las que éste habría pasado. La teoría más exitosa es la denominada de las Etapas, impulsada principalmente por gente como J. Maria Montaner. Según esta propuesta, la transformación de Barcelona desde el 79 obedecería a cuatro momentos diferentes: Un primer momento, desde las primeras elecciones municipales hasta la elección de la capital catalana como sede olímpica en el 86, caracterizado por el empuje y el poder de las asociaciones de vecinos, la creación de espacios públicos, las intervenciones de tamaño pequeño pero alto significado (plazas, jardines, parques, etc.) y la puesta en marcha de equipamientos sociales y culturales de los que la ciudad tenía una gran necesidad; una segunda etapa, que llegaría hasta el 93, donde se construyen todos los dispositivos, infraestructuras y dotaciones necesarias para la celebración de los Juegos Olímpicos (JJOO) (apertura en el mar de la ciudad, Rondas, Villa Olímpica, etc.); una tercera fase, vivida en momentos de crisis internacional, donde el empeño urbanístico se detiene, las deudas impiden ir más allá y se opta por cerrar proyectos ya iniciados y, finalmente, una cuarta etapa, de puro urbanismo neoliberal, puesta en marcha durante los años de Joan Clos y Jordi Hereu en la alcaldía de la ciudad, donde se rompe con la inercia anterior, se deja de proyectar una idea única y un proyecto de ciudad, y donde se opta por intervenciones desconectadas entre ellas, la ruptura de su densa trama característica (Plan 22@, Fórum de las Culturas, Diagonal Mar) o la proyección de Barcelona como marca, lo que podría llamarse cierto urbanismo posmoderno, y que duraría prácticamente hasta el año 2015 Las dos primeras fases serían las que, gente como Jordi Borja, pero también Oriol Bohigas y otros responsables de la política municipal, han venido a llamar el Modelo Barcelona, una forma de hacer ciudad, exportable y replicable, entre cuyas principales características estaría una apuesta por el espacio público, la participación ciudadana, la proyección de la ciudad en el exterior, la conjugación de pequeñas intervenciones con otras de mayor importancia, la coherencia en las propuestas y proyectos, etc. Algunos autores han llamado a este conjunto de propuestas, más que modelo, una experiencia, lo que viene, en cierta medida, a subrayar su carácter claramente moral.

Junto a algunos compañeros, los antropólogos Giuseppe Aricó y Marco Luca Stanchieri, hemos intentado desmontar esta clasificación basada, principalmente, en criterios de intensidad de la transformación o en la capacidad de la institución municipal de representar una idea de ciudad, sustituyéndola la por una que hace hincapié en el carácter de clase. Según esta propuesta, el desarrollo último del urbanismo barcelonés no es más que el resultado de la lucha de clases inherente a cualquier ciudad bajo el capitalismo, es decir, la clara victoria, en este caso, de los representantes de las élites locales, esfera de la que Xavier Trias es un claro valedor.

Planteado así, los dos únicos momentos en los que más cerca se ha sido de instituir un cierto urbanismo cercano a las clases populares o se ha contestado el modelo clasista anterior, períodos 1979-1986 y 2015-2023, este último siendo generosos, se han debido, precisamente, a que el conflicto entre clases ha hecho oscilar la balanza hacia otras formas de entender la ciudad. El primer período, debido a la fuerza y la organización de las asociaciones de vecinos y vecinas, pero también de sindicatos y partidos políticos de izquierda, articulados y configurados durante la última etapa de la Dictadura, mientras que el segundo de los períodos aparecería como resultado de la contestación y movilización arraigada en el Movimiento 15M, cuestión que explica parte de sus peculiares características. Si los diferentes gobiernos municipales socialistas desde el 79, en diferentes coaliciones, dieron paso a la absorción y cierto desmantelamiento del contrapoder vecinal, imponiendo un modelo de claros tintes neoliberales, el paso de éstos al Ayuntamiento de Trias, es necesario recordar que con el apoyo del Partido Popular (PP), fue la última demostración de que era posible seguir haciendo las mismas políticas aunque bajo siglas diferentes, algo a lo que la llegada de Barcelona en comú al gobierno puso fin, dando paso a una administración progresista de la ciudad, subida sobre los movimientos sociales, aunque con claras limitaciones (entre las más destacables, el pacto con el PSC) y proyectos más que discutibles.

En definitiva, la vertebración del debate político en torno a las opciones Barcelona en comú y Xavier Trias se aparecería como una opción que podría polarizar al electorado entre dos opciones claras y dos formas distintas de entender la ciudad. O, lo que es lo mismo, entre los representantes de dos clases sociales distintas.

Referencias bibliográficas

Arico, G., Mansilla, J. i Stanchieri, M. L. (2016). La salvaguarda interrumpida del poder de clase. Una visión alternativa a la teoría de las etapas en el urbanismo barcelonés. En Arico, G., Mansilla, J. i Stanchieri, M. L. (eds.), Barrios corsarios. Memoria histórica, luchas urbanas y cambio social en los márgenes de la ciudad neoliberal. Barcelona: Pol·len Editorial.

Montaner, J. M. (2004). La evolución del modelo Barcelona, 1977-2004, en Borja, J.  i Muxí, Z. (eds.), Urbanismo en el siglo XXI. Una visión crítica. Barcelona: UPC.

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Antropología de Venezuela

Fuente: akal.com

Este artículo fue publicado originalmente en El Salto Diario el día 28/09/2020.

Antropología de Venezuela

A mitad de agosto, el diario El País publicaba su enésima noticia sobre Venezuela. Bajo el titulo Los castigos del Gobierno de Venezuela a los que se saltan las medidas de confinamiento, y acompañada de un vídeo, en la misma se hacía referencia a supuestos castigos corporales -sentadillas, gimnasia sueca, estancias bajo el sol, etc.- que el Ejército venezolano parece obligar a realizar a todas aquellas personas que se saltan las medidas impuestas por el Gobierno en su lucha contra la expansión del COVID19. El vídeo, en el que únicamente aparecía como voz autorizada, más allá de las declaraciones de algunos viandantes que aparentemente habrían sufrido tales penas, un Consejero de Salud del Presidente (E) Juan Guaidó (sic), venía acompañado de una música tipo thriller que introducía, mediante grandes letras sobrepuestas a la pantalla, titulares como los siguientes: «Venezuela ha militarizado su respuesta a la pandemia» o «Saltarse la semana de cuarentena también acarrea duros castigos en todo el país». Por su parte, el artículo, en una maniobra digna de ser estudiada en las Escuelas de Periodismo de todo el mundo, acababa por vincular este tipo de acciones con las denuncias de vulneraciones de los Derechos Humanos en el país realizadas por las conocidas ONGs antichavistas Acceso a la Justicia y Provea. En definitiva, todo un ejercicio de propaganda más que de periodismo.

En su canónica obra Antropología Estructural, Claude Levi-Strauss desarrolla el concepto de eficacia simbólica. En ella, en un intento de englobar el quehacer del psicoanálisis en las relaciones y procesos sociales, Levi-Strauss establece la diferencia entre subconsciente e inconsciente. El primero sería algo así como un repositorio de vocabulario, de imágenes y memorias deslavazadas e inconexas, mientras que el segundo impondría las leyes estructurales que permiten hacer encajar este vocabulario, traduciéndolo en un discurso y en un pensamiento. Siendo estas leyes los mecanismos fijos que contribuyen a dar sentido a la realidad, las diferentes piezas que constituyen el subconsciente pasarían a un segundo plano de importancia. De hecho, mediante el uso de determinados signos o símbolos, esta eficacia o función simbólica permitiría imponer y generar determinadas formas a cualquier tipo de contenido, independientemente de que los hechos a los que se refieran sean objetivos o no. Su función, tal y como señala el también antropólogo Manuel Delgado, no es determinar la realidad, sino construirla a base de hacer inteligibles y significativos fenómenos y elementos que aparentemente pueden aparecerse como contradictorios o confusos. Es así que la descripción que hacen de Venezuela los medios de comunicación convencionales permitiría presentarla simbólicamente como una otredad; un fenómeno que encarnaría todos los males que podrían generarse en un país que ha escogido un marco de desarrollo social y económico distinto al nuestro. Venezuela operaría simbólicamente construyendo un todo completo mediante la suma de elementos dispares y contrarios tales como el narcotráfico, la Dictadura, la ropa hortera, la infracción de los derechos humanos, la política populista, la Revolución, los castigos por saltarse el confinamiento y todo aquello que, teóricamente, nosotros no queremos ser.

El libro comienza con una declaración de sinceridad de su autora: «este libro no es un libro neutral ni lo pretende. Como dijo aquel, nadie es neutral en un tren en marcha». El volumen nace, de este modo, de su vocación, conocimiento y experiencia política como militante activa de la izquierda catalana y española, pero también Latinoamericana. No obstante, esta franqueza no tiene porqué restar ni un ápice de valor al libro. Muy al contrario, la confesión nos sitúa frente a la realidad en la que se mueven, desde hace años, las ciencias sociales. En la antropología, por ejemplo, investigadores tan reconocidos como Michael Herzfeld han respondido a todos aquellos que han criticado su compromiso político personal con sus objetos de estudio con argumentos en positivo, señalando que tal implicación, de hecho, le ha permitido en ocasiones acceder a un tipo, calidad y cantidad de información que, de otra manera, no habría podido obtener. El francés George Corominas, por su parte, confesaba, en las primeras páginas de Lo exótico es cotidiano, su intento por espantar la sombra de cualquier duda sobre el carácter científico de su obra mediante la exposición de las condiciones personales en las que ésta había sido llevada a cabo. Compromiso y rigurosidad, por tanto, no tienen por qué ser antagónicos.

El libro comienza con una aproximación histórica a la Venezuela contemporánea. La autora nos describe brevemente la realidad del país con anterioridad a la llegada al poder del Comandante Hugo Chávez en 1998 para construir, seguidamente, un relato que nos conduce hasta la actualidad, cuando Nicolás Maduro preside el país y, con el apoyo directo norteamericano e indirecto de la propia Unión Europea (UE) Juan Guaidó, antiguo máximo representante político de la Asamblea Nacional, se ha autoproclamado como Presidente interino, figura inexistente en la Constitución bolivariana. Los hechos son narrados con agilidad y sirven para introducir, de manera eficiente, el siguiente capítulo, el cual lleva por nombre Venezuela: esa extraña dictadura.

La presentación de Venezuela como un régimen político distinto a la democracia ordinaria de la que supuestamente disfrutamos en el Estado español y el resto de Occidente es el pan de cada día de la prensa, radio y televisión más comercial. Un ejemplo de ello ocurría mientras se estaba escribiendo el presente artículo. La organización de las elecciones a la Asamblea Nacional de Venezuela de 2020 es presentada como un momento en el que «el régimen diseña unos comicios controlados por el aparato chavista, y los partidos opositores se niegan a participar por falta de garantías«. Sin embargo, el mero hecho de que alguien que se autoproclama Presidente interino, Guaidó se siente en la mesa de negociación con un pretendido Gobierno autoritario para plantear las condiciones en las que organizar las elecciones, después de haber recorrido medio mundo en busca de apoyo e, incluso, lograr el reconocimiento de hasta 60 países, sin que ninguna institución venezolana del régimen lo haya impedido, sirve para poner de manifiesto la extraña definición de dictadura que es aplicada al país latinoamericano.

Los logros económicos y sociales de la Revolución Bolivariana constituyen el tema fundamental del siguiente capítulo. Todo un continuo de cifras, datos y referencias sirven para poner en pie la labor desarrollada por los Gobiernos de Chávez y Maduro tras su llegada al poder, así como para explicar el relativamente extraño funcionamiento del aparato administrativo venezolano; un entramado donde el papel del Ejército resulta llamativo a los ojos de un extraño y el funcionamiento de las Misiones parece mostrar una institucionalidad paralela en la aplicación de las políticas sociales. Arantxa Tirado nos ofrece en este apartado la oportunidad para exponer los motivos del protagonismo del Ejército en el control de la expansión de la pandemia, por ejemplo, algo que medios como El País han señalado como una de la características del régimen. Fue el sociólogo C. Wright Mills el que puso sobre la mesa el concepto imaginación sociológica. Para Mills ésta nos permite «pensar tomando distancia frente a las rutinas familiares de nuestras vidas cotidianas para poder verlas como si fueran algo nuevo». Tomando esto en consideración, no podemos evaluar la realidad de Venezuela con nuestros ojos europeos, sino que es necesario emplear nuestra imaginación sociológica o, como dicen los antropólogos, llevar a cabo un extrañamiento, y ponernos en el sitio de los y las venezolanas. Si se realiza este ejercicio correctamente, podríamos entender que el Ejército venezolano no tiene nada que ver con el español, poniendo por caso, y que, de hecho, su acción permitió, en 2007, que el 48% de la población total del país se beneficiara de las políticas sociales emprendidas. O que las alocuciones un tanto estrambóticas a nuestros ojos de Chávez y Maduro no están dirigidas a nuestro buen gusto europeo, sino al de la gran mayoría del pueblo venezolano, negro, mestizo, zambo, negro y pobre.

Sin duda, y muy de esperar dada la especialización de la autora en Relaciones Internacionales y Estudios Latinoamericanos, los capítulos que despiertan un mayor interés son aquellos dedicados a la política exterior venezolana, así como a las medidas desestabilizadoras emprendidas por aquellos países que parecen sentir amenazados sus intereses, comenzando por los Estados Unidos (EEUU). El uso prolífico de gran cantidad de material bibliográfico -revistas académicas, informes desclasificados del Gobierno norteamericano, etc.- muestra unos apartados ricos en detalles y líneas discursivas profusamente soportadas por datos. Entre otras, la aurora relata como el intento de construir un poder contra-hegemónico en aquello que EEUU siempre había considerado su patio trasero, obligó al Gobierno Bolivariano a un doble esfuerzo: mantener las medidas sociales altamente innovadoras en el interior y enfrentar, a la vez, un continuo ataque del país norteamericano y de sus aliados, algo que no ha tenido visos de cambio ni siquiera con la alternancia en la Administración norteamericana entre Republicanos, con G. W. Bush y Donald Trump a la cabeza o el progresista Barack Obama desde las filas demócratas.

El libro de Arantxa Tirado dedica sus dos últimos capítulos a relatar cómo, desde los medios de comunicación, las redes sociales, el famoseo, las ONGs, la Universidad y algunos partidos de izquierda se contribuyen a mostrar la imagen de Venezuela ante los ojos de la sociedad española, pero también mundial. Este impulso a Venezuela como operador simbólico actúa en una doble dirección. En primer lugar, se construye una realidad social de la República Bolivariana como país caótico, poco democrático, desabastecido y autoritario, ocultándonos los intereses materiales directos que los principales autores de dicha construcción tienen en el derrumbe de su actual Gobierno. Así, y continuando con el ejemplo del Grupo PRISA, editores de El País, es poco conocido que este entramado empresarial tiene intereses cruzados en el Grupo Cisneros, dueño del principal holding mediático de Venezuela, con la cadena Venevisión como bandera, o que estuvo directamente implicado en el intento de Golpe de Estado contra Chávez en el año 2002. En segundo lugar, se encuentran los intentos de vinculación de Podemos con el régimen venezolano en un intento por impedir, a toda cosa, la posible llegada de esta opción política al poder en España en un momento en que las encuestas parecían hacerlo posible. En este caso, no se trata tanto de intereses materiales directos, sino de una clara obstrucción política a través del uso de la elaboración de un imaginario desde los medios de comunicación afines que transmitiera la idea de que la futura España sufriría de las mismas maldades bajo Podemos que la Venezuela bolivariana. De nuevo, la eficiencia simbólica del país latinoamericano.

Llegados a este punto señalar que el libro de Arantxa Tirado no dejará indiferente a ningún lector. Desde luego, es fiel a la promesa de su subtítulo –Más allá de Mentiras y Mitos– acercándonos la realidad de un país del que todos hemos escuchado hablar pero pocos conocemos. Sin embargo, toda obra compleja adolece, también, de altibajos. En mi opinión estas se hallan, de manera fundamental, en los apartados dedicados a los logros del Gobierno Bolivariano desde sus inicios. Si las fuentes que apuntalan la actitud de la Administración norteamericana contra la Revolución venezolana provienen del mismo Gobierno norteamericano, lo que las hace más creíbles ya que describen su propia actuación, las que loan los logros de la República Bolivariana provienen, así mismo, de su aparato institucional, lo que puede llegar a sembrar la simiente de la duda en el lector en relación con la verosimilitud de los hechos relatados. Es verdad que existe un enorme problema en el acceso o la existencia de información sobre Venezuela, donde ni siquiera el propio Gobierno cuenta con fuentes fiables, y que confiar en los escasos datos del Gobierno venezolano es una oportunidad de escapar de todo eurocentrismo, pero quizás, en un libro como el que nos traemos entre manos, habría que aplicar la máxima romana de que «la mujer del César no solo debe ser honrada, sino parecerlo». Aun así, no por ello el libro pierde un ápice de su calidad, necesidad y oportunidad. Esperamos más libros como este.

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El coronavirus y el agua caliente

Hace unos días, una popular influencer lanzaba, mediante un vídeo en una conocida red social, supuestos consejos útiles para luchar contra la propagación del coronavirus. Entre otras admoniciones a sus millones de seguidores, la youtuber recomendaba «beber agua caliente, porque a una temperatura de 27 grados o superior, se supone que no vive este virus». La propuesta no tardó en ser refutada por numerosos usuarios con conocimientos médicos y farmacéuticos, no sin antes convertirla en uno de tantos memes virales que estos días circulan en relación con la pandemia. El vídeo fue prontamente retirado y la propia chica acabó reconociendo que lo más importante en estos casos era seguir los consejos de las autoridades sanitarias y que lo de «beber agua caliente» lo había recogido de un «bulo que va por Whatsapp».

Victorin Honoré Daumier – The Yorck Project (2002) 10.000 Meisterwerke der Malerei (DVD-ROM), distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH. ISBN3936122202.

El contexto en el que nos estamos moviendo es inédito. Asistimos perplejos a la difusión global de una enfermedad de la que hasta hace poco no habíamos escuchado hablar y a la reacción de unos representantes políticos superados por las circunstancias; el caldo de cultivo ideal para que rumores y chimes campen a sus anchas. Para la antropología, los rumores son, fundamentalmente, elementos de control social. Bajo el temor a la estigmatización y la significación, los diferentes miembros de las comunidades se comportaran de forma virtuosa, siguiendo, en todo momento, las reglas establecidas.

Los rumores no son más que un tipo concreto de información informal y privada sobre personas ausentes o eventos, como la expansión de una enfermedad, donde el elemento diferencial y característico está en que los hechos son inciertos, inseguros y parcialmente desconocidos. Se trata, además, de una información que, cuando es compartida por ciertos grupos de la comunidad, como aquellos que cuentan con un relativo estatus y capital simbólico, pueden llegar a constituir juicios morales acerca de estos mismos eventos y personas.

Por otro lado, los bulos también contribuyen al mantenimiento de la unidad, la armonía y la estabilidad social, poniendo bajo control aquellos grupos díscolos con el poder y reduciendo la polarización en torno a los liderazgos. Otras aproximaciones al papel social del rumor ponen el acento, no tanto en cuestiones estructurales, sino en el uso que de él hacen determinados actores con acceso privilegiado a la información y a los canales de comunicación, los cuales se aprovechan de las circunstancias para divulgar aquello que les parece y resulta conveniente, manteniendo lo demás oculto y señalando posibles culpables.

En el caso del coronavirus, un ejemplo de lo primero sería el rol desempeñado por la propia youtuber o las remisiones continuas por parte, también, de actores altamente significativos a la información suministrada por las autoridades sanitarias o determinados perfiles de alto nivel técnico que, en circunstancias como las presentes, adquieren cierto toque demiúrgico.

Mientras que en el segundo de los casos, nos enfrentaríamos a posibles manipulaciones políticas en torno a la presencia real de la enfermedad en nuestra sociedad o a sus efectos e impactos, muestra de lo cual serían las demandas patronales de bajada de impuestos o facilitación de despidos, o los intentos de determinados políticos, como Pablo Casado, de presentarse como auténticos hombres de Estado mientras desprestigia a rivales políticos en el Gobierno.

Para que un rumor prolifere es necesario que nos encontremos ante comunidades en que se dan relaciones sociales densas, como las urbanas, pero también, y fundamentalmente, ante sociedades altamente interconectadas mediante medios de comunicación de alcance global, dispositivos electrónicos o mecanismos como las redes sociales. De hecho, el bulo del «agua caliente», como señaló la propia influencer, provenía de una de las más conocidas y usadas, Whatsapp, aunque no debemos de olvidar el papel de la más tradicional televisión o, incluso, de la propia prensa escrita.

En pleno siglo XXI, nuestro sistema social es prácticamente global, con valores morales ciertamente homogéneos; un mundo interdependiente, social y económicamente, hiperconectado, que facilita la expansión de los rumores más allá de nuestras fronteras más inmediatas. Estas circunstancias nos deberían llevar a extremar nuestra alerta sobre los impactos y consecuencias de los mismos, pero sobre todo, a ser conscientes de cómo operan estos mecanismos, es decir, a conocer el papel de los rumores en la expansión del coronavirus y no tragarnos cualquier cosa, sea o no, «agua caliente».

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Byung-Chul Han o el Mr. Wonderful progre

Fuente: rtve.es

Este artículo fue publicado originalmente el día 18 de agosto de 2020 en El Salto Diario.

Byung-Chul Han o el Mr. Wonderful progre

Cada año, la víspera de Navidad a las 21 horas, al encender nuestros televisores nos encontramos el tradicional Mensaje de Navidad de Su Majestad el Rey. Las alocuciones del Rey suelen estar marcadas por la realidad del momento y, de hecho, el último de los mensajes emitidos el pasado diciembre venía lleno de referencias al temporal que había azotado el mismo mes la costa del Mediterráneo, así como a las inundaciones y otros efectos generados por el mismo, aunque también hubo tiempo para recordar la situación de las familias más vulnerables, la de las personas paradas, sobre la situación en Catalunya, la confianza en las instituciones, etcétera.

Pese a los últimos escándalos del rey emérito, y a su huida de España, con toda seguridad, este año volveremos a ver la cara del monarca en nuestras pantallas momentos antes de nuestras cenas navideñas. No podía ser menos, ya que se trata de uno más entre los diversos rituales que adornan el ejercicio de la política y el desempeño del poder a nivel global. En un sentido amplio, el Grup de Treball Etnografia dels Espais Públics (GTE-EP) considera como rito o actividad ritual aquel “acto o secuencia de actos simbólicos, altamente pautados, repetitivos en consonancia con diversas circunstancias, en relación con las cuales adquiere un cariz percibido como obligatorio y de la ejecución del cual se derivan consecuencias que total o parcialmente son también de orden simbólico”, características que los mensajes reales parecen cumplir.

La cotidianeidad también se encuentra plagada de rituales, incluso en este extraño 2020. Durante el pasado confinamiento, con la economía española en hibernación, nuestro ámbito relacional se vio severamente restringido. Muchos, los más afortunados, dejaron de acudir a su lugar de trabajo pudiendo desempeñar su labor desde casa. Cesaron los encuentros en los bares, los partidos de futbol dominicales, las visitas familiares, los eventos religiosos, las fiestas y celebraciones populares, las representaciones teatrales y las proyecciones de cine, entre otros.

Entre la diversidad de elementos comunes que presentan estas acciones podríamos señalar, precisamente, su marcado carácter ritual. El ser humano es una especie social. Su supervivencia material está basada, de manera fundamental, en su relación con los demás. Los rituales y símbolos permiten a la humanidad construir la realidad que le envuelve, cambiando y adaptando sus dinámicas sociales de manera dialéctica a la transformación del mundo. Bajo el confinamiento, los ritos no desaparecieron sino que se vieron, por así decirlo, reprogramados a diferente escala y con enormes cotas de desigualdad; pasamos de ocupar calles y equipamientos públicos y privados a celebrar nuestros rituales entre las cuatro paredes de nuestras casas y a esperar cada día las palabras de Fernando Simón.

Byung-Chul Han dedica su último libro, La desaparición de los rituales (Herder Editorial, 2020), a este tipo de acto tan específico de las sociedades humanas. Los rituales, que han sido uno de los ámbitos de estudio tradicionales de la antropología, se presentan aquí bajo la lupa de la filosofía en una aproximación ciertamente original. En su habitual estilo, Han nos ofrece una obra breve —120 páginas— donde realiza una enumeración de los vínculos que los rituales mantienen con diferentes esferas de la vida social. De este modo, la producción y el consumo bajo el neoliberalismo, verdadera bestia parda del filósofo coreano, se caracterizarían no por su enfoque hacía la satisfacción de necesidades reales, sino por su participación en una aceleración y expansión sin límite de la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana.

Todo puede ser una mercancía, incluso nuestros sentimientos. Esta versión capitalista de la existencia no encajaría en los moldes de la construcción social del tiempo que suponen los rituales. Como señalara el historiador Franco Cardini en su obra Días Sagrados, en la Historia moderna, el mundo de los rituales y “el mundo de la producción han estado caminando al mismo paso, pero en sentido inverso, de tal modo que el primero ha ido reduciéndose de manera exactamente proporcional a la ampliación del segundo” evidenciando, de este modo, que el tiempo del trabajo, acotado, individual y extensivo, es incompatible con el de los rituales y la fiesta, libres, colectivos e intensivos.

Han dedica otro de sus capítulos al concepto de autenticidad, el cual es presentado como una motivación moral que, frecuentemente y en todo tipo de discursos, es confundido con la libertad. Esta autenticidad como libertad derivaría en narcicismo y autoexplotación. Actualmente, desde diversas opciones políticas, desde el PSOE hasta el PP pasando por Ciudadanos, se presenta el emprendimiento y la iniciativa privada económica e individual como la base fundamental de un mundo más libre y menos sujeto a las ataduras de la empresa clásica, con sus horarios, pero también con sus derechos. Este tipo de iniciativas estarían basadas en una cierta introspección psicológica alejada años luz de la necesidad de extroversión de los rituales. Los emprendedores no se sindican, pues reclamar ayuda a la colectividad es un símbolo de su fracaso. Además, los movimientos sociales en torno al trabajo, los clásicos sindicatos, son los protagonistas de uno de los mayores rituales de la Historia moderna: las manifestaciones y las huelgas, ajenas por completo al espíritu estético individual del emprendedor.

El neoliberalismo presenta la Historia como una línea continua, sin alteraciones, lo cual tampoco permite el cierre y la conclusión de las diferentes fases que pueden constituir una vida. Ni siquiera la muerte supone el fin ahora que podemos seguir vivos en internet y las redes sociales. Los funerales no son más que ritos de paso grupales donde el protagonista, en este caso, no sería tanto el finado como una comunidad que asumiría el fin del miembro de la misma de forma colectiva. La desaparición de estos umbrales, dice Han, conduce “al infierno de lo igual”, un mundo pobre de espacio y tiempo pero libre de barreras para la libre circulación y producción del capital.

La desacralización del mundo ha conllevado, además, una pérdida significativa de rituales. La disolución del papel de la religión organizada en las sociedades modernas ha venido acompañada de una preponderancia de la esfera del trabajo y la producción, ámbitos que, como ya se ha mencionado, individualizan y aíslan al ser humano, mientras que la fiesta, como esfera ritual por excelencia, los congrega y los une. La religión determina un tiempo sacro, un calendario marcado de fechas en rojo que rebosa formas ritualísticas y construye un tiempo alejado de la linealidad e igualdad de aquel dedicado a la producción. Navidad, Reyes, Semana Santa, Carnaval, la Virgen de Agosto, San Miguel, San Martín, Todos los Santos, etcétera, suponen hitos que, como señala Saint-Exúpery en su novela Ciudadela, “son en el tiempo lo que la morada es en el espacio”, pero que, a la vez, impiden la expansión de la mercantilización ilimitada de la vida.

El juego es otro de los ámbitos de la vida social que se caracterizaría por tener un marcado carácter ritual. El juego es derroche, es decir, como dicen desde el GTE-EP, “supone una energía y un tiempo que pueden parecer desmesurados respecto al resultado empírico obtenido” y, por tanto, destinan y desvían un tiempo y un esfuerzo que podrían ser acaparados por el sector productivo. Los juegos han de ser proscritos, o mercantilizados, para ser útiles al capital, pero, para ello, antes hay que higienizarlos, homogeneizarlos y empaquetarlos adecuadamente, de forma que puedan ser vendidos y consumidos. Es así que fiestas antaño feroces y salvajes han sido desposeídas de sus elementos fundamentales y, de este modo, ser aceptadas por un público cada vez más amplio. Y, cuando esto no ha sido posible, se han inventado otras: blancas, insípidas, neutras… muertas.

Los rituales nos abstraen como personas, nos desindividualizan. Han escoge muy bien el ejemplo de la ceremonia japonesa del té para exponer esta aproximación. Durante este rito, los participantes no piensan, solo actúan, son, siguiendo el marco estructuralista de Levi-Strauss, significantes que se relacionan entre ellos a través de la pura forma, del mero envoltorio. Esa abstracción, paradójicamente, excluye cualquier forma de individualismo, de psicologismo, dándose una interacción comunicativa sin comunicación verbal: una comunión sin palabras, un colectivo sin significados. Se necesita, eso sí, tiempo y silencio, ambos enemigos acérrimos del neoliberalismo, que necesita de la expresión rápida y continua —y donde redes sociales como Twitter serían un gran ejemplo— para generar ruido y beneficios. Cualquier cosa que merezca la pena necesita su tiempo.

La desaparición de los rituales, por tanto, centra su atención en el neoliberalismo como principal enemigo de estas acciones colectivas. Esta es la principal hipótesis de Han y, también, su principal debilidad. Han no es un científico social, es un filósofo, un pensador, y como filósofo y pensador realiza interesantes reflexiones sobre elementos clave de las sociedades humanas contemporáneas. Pero para realizar esto correctamente hay que tener claro los conceptos, además de mantener siempre una perspectiva histórica.

A lo largo del libro, Han no entra en ningún momento a definir lo que entiende por neoliberalismo; el gran disolvente de los rituales aparece así como un fantasma, como una fuerza invisible que el lector debe sobreentender como elemento presente que actúa fehacientemente y en cada momento sobre nuestra vida social. Y no le falta razón, el neoliberalismo ha alterado profundamente nuestra realidad, nuestra forma de relacionarnos los unos con los otros, pero esto también sucedió, hace dos siglos aproximadamente con la aparición del capitalismo o hace cinco con la Reforma Protestante. Es más, fue el proceso de urbanización intensiva generado por el capitalismo industrial el que, en Occidente, conllevó una disolución efectiva de las relaciones sociales primarias del mundo rural tradicional, lugar por excelencia de rituales, fiestas y celebraciones religiosas. Sin embargo, esto no comportó su eliminación o disolución, solo su transformación. El resultado fueron rituales de barrio, sindicales, políticos, deportivos, culturales, etcétera, que se articularon en torno a los factores constitutivos del nuevo modo de producción, el capitalismo, pero que no desaparecieron, más bien al contrario, mutaron y se diversificaron por doquier.

Tiene razón Han al decir que se ha producido una reformulación de los rituales a escala individual. El individualismo capitalista puede haber traído la necesidad del diseño de rituales ad hoc vinculados, en cantidad de ocasiones, a libros de autoayuda, guías hacía el éxito o compendios de recomendaciones para emprendedores, pero esta importante característica es despachada por Han en un pie de página del primer capítulo de su obra. Como si de una adición de última hora se tratase, de un comentario amigo, intenta aclarar que este tipo de ritual “no emana fuerza simbólica que orienta la vida hacia algo superior”. Pero, ¿cuáles son los rituales que orientan la vida hacía algo superior?, ¿hay rituales de primera y segunda clase? Es más, ¿cuál es ese orden superior? Tampoco entra Han a explicar este factor de suma importancia para su argumentación. Los rituales de los cuales lamenta su desaparición parecen emanar de una sociedad antigua, de un pasado dorado y glorioso perdido en el tiempo pero que, en ningún momento, queda definido por el filósofo. Esa cierta pasión por el ritual, que podría ser compartida, parece, así, adolecer de cierto conservadurismo.

El único momento en que Han parece aclarar a qué tipo de sociedad corresponden sus añorados rituales es cuando se refiere a la aldea de la obra de Péter Nádas Cuidadosa ubicación. Usando la imagen de un peral, el autor refiere la necesidad de silencio, de reflexión, de acuerdo comunitario, de ritual compartido. En la aldea se produce una “conciencia colectiva que engendra una comunidad sin comunicación” frente a la comunicación sin comunidad propia del neoliberalismo. Sin embargo, como muy bien señala unas páginas más adelante, “aquella aldea no es en realidad un lugar afable. De un colectivo arcaico no cabe esperar hospitalidad”. Así pues, si el ámbito por excelencia de los ritos de orden superior se torna hostil al extraño, ¿en qué medida son positivos los rituales que se practican en esos ámbitos?, ¿de qué habla Han, en definitiva, cuando se refiere a la desaparición de los rituales?, ¿hemos de lamentarnos?, ¿cuál es su alternativa?

Conforme nos acercamos a los últimos capítulos, con la excepción del dedicado al Final de la Historia, que se encuentra antes y donde realiza una crítica velada, y errónea, al concepto de trabajo de Marx, el hilo conductor de los procesos rituales se esfuma. Las páginas finales realizan interesantes y acertadas reflexiones sobre el papel de la tecnología —los drones— en las formas asépticas de la guerra en el siglo XXI, la desaparición del espíritu de la Ilustración en la era del Big Data o la sustitución de la seducción por la pornografía, que, no obstante no parecen tener relación directa con la desaparición de los rituales, lo cual genera una cierta confusión en el lector.

En su particular estilo de frases cortas y aceradas, las cuales parecen pensadas más para ser rotuladas en camisetas o en tazas de café como si de un Mr. Wonderful progre se tratara, Byung-Chul Han realiza un esfuerzo enorme por analizar, desde la filosofía, el papel de los rituales en la sociedad Occidental actual. Sin embargo, una sensación de prisa o de falta de profundidad y presentación de importantes conceptos parecen no acabar por presentarla de forma adecuada. Si Han persigue con sus últimos libros acercar la filosofía al común del público, más le valdría, como él mismo señala en esta obra, tomarse su tiempo, si no podría pasar a la posteridad como un representante de esa filosofía progre tan del gusto de los lectores de El País: la de un filósofo coreano que escribe en alemán y que es un poco rojo, pero sin molestar a nadie.

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