Hace unos días, una popular influencer lanzaba, mediante un vídeo en una conocida red social, supuestos consejos útiles para luchar contra la propagación del coronavirus. Entre otras admoniciones a sus millones de seguidores, la youtuber recomendaba «beber agua caliente, porque a una temperatura de 27 grados o superior, se supone que no vive este virus». La propuesta no tardó en ser refutada por numerosos usuarios con conocimientos médicos y farmacéuticos, no sin antes convertirla en uno de tantos memes virales que estos días circulan en relación con la pandemia. El vídeo fue prontamente retirado y la propia chica acabó reconociendo que lo más importante en estos casos era seguir los consejos de las autoridades sanitarias y que lo de «beber agua caliente» lo había recogido de un «bulo que va por Whatsapp».

El contexto en el que nos estamos moviendo es inédito. Asistimos perplejos a la difusión global de una enfermedad de la que hasta hace poco no habíamos escuchado hablar y a la reacción de unos representantes políticos superados por las circunstancias; el caldo de cultivo ideal para que rumores y chimes campen a sus anchas. Para la antropología, los rumores son, fundamentalmente, elementos de control social. Bajo el temor a la estigmatización y la significación, los diferentes miembros de las comunidades se comportaran de forma virtuosa, siguiendo, en todo momento, las reglas establecidas.
Los rumores no son más que un tipo concreto de información informal y privada sobre personas ausentes o eventos, como la expansión de una enfermedad, donde el elemento diferencial y característico está en que los hechos son inciertos, inseguros y parcialmente desconocidos. Se trata, además, de una información que, cuando es compartida por ciertos grupos de la comunidad, como aquellos que cuentan con un relativo estatus y capital simbólico, pueden llegar a constituir juicios morales acerca de estos mismos eventos y personas.
Por otro lado, los bulos también contribuyen al mantenimiento de la unidad, la armonía y la estabilidad social, poniendo bajo control aquellos grupos díscolos con el poder y reduciendo la polarización en torno a los liderazgos. Otras aproximaciones al papel social del rumor ponen el acento, no tanto en cuestiones estructurales, sino en el uso que de él hacen determinados actores con acceso privilegiado a la información y a los canales de comunicación, los cuales se aprovechan de las circunstancias para divulgar aquello que les parece y resulta conveniente, manteniendo lo demás oculto y señalando posibles culpables.
En el caso del coronavirus, un ejemplo de lo primero sería el rol desempeñado por la propia youtuber o las remisiones continuas por parte, también, de actores altamente significativos a la información suministrada por las autoridades sanitarias o determinados perfiles de alto nivel técnico que, en circunstancias como las presentes, adquieren cierto toque demiúrgico.
Mientras que en el segundo de los casos, nos enfrentaríamos a posibles manipulaciones políticas en torno a la presencia real de la enfermedad en nuestra sociedad o a sus efectos e impactos, muestra de lo cual serían las demandas patronales de bajada de impuestos o facilitación de despidos, o los intentos de determinados políticos, como Pablo Casado, de presentarse como auténticos hombres de Estado mientras desprestigia a rivales políticos en el Gobierno.
Para que un rumor prolifere es necesario que nos encontremos ante comunidades en que se dan relaciones sociales densas, como las urbanas, pero también, y fundamentalmente, ante sociedades altamente interconectadas mediante medios de comunicación de alcance global, dispositivos electrónicos o mecanismos como las redes sociales. De hecho, el bulo del «agua caliente», como señaló la propia influencer, provenía de una de las más conocidas y usadas, Whatsapp, aunque no debemos de olvidar el papel de la más tradicional televisión o, incluso, de la propia prensa escrita.
En pleno siglo XXI, nuestro sistema social es prácticamente global, con valores morales ciertamente homogéneos; un mundo interdependiente, social y económicamente, hiperconectado, que facilita la expansión de los rumores más allá de nuestras fronteras más inmediatas. Estas circunstancias nos deberían llevar a extremar nuestra alerta sobre los impactos y consecuencias de los mismos, pero sobre todo, a ser conscientes de cómo operan estos mecanismos, es decir, a conocer el papel de los rumores en la expansión del coronavirus y no tragarnos cualquier cosa, sea o no, «agua caliente».