Imaginemos

Imaginemos una ciudad de tamaño medio. Imaginemos que la economía de esa ciudad depende, en gran medida, de un solo sector productivo. Imaginemos, además, que ese sector se ha visto potenciado y privilegiado durante décadas por unos poderes públicos que, originalmente, no tenían una gran legitimidad democrática. Imaginemos que, de hecho, estos poderes públicos, a veces, se confunden con determinados intereses privados de la ciudad. Imaginemos que, inicialmente, este sector permitió el crecimiento económico, la generación de empleo y atrajo inversiones públicas y privadas y que, pasado el tiempo, debido a su conexión con cierta dimensión simbólica y a factores ajenos al mismo, fue siendo aceptado y celebrado por cada vez más ciudadanos. Imaginemos que, tanto por la dejadez de las Administraciones Públicas como por el empoderamiento del mencionado grupo de intereses privados, este sector llega a ser capaz de dictar las normas y regulaciones que le incumben. Imaginemos que su imbricación con los medios de comunicación es tal que, a veces, es imposible distinguirlos. Imaginemos que, años después, este sector económico comienza a degradar la propia ciudad. Imaginemos que las externalidades que genera empeoran las condiciones de salud, la capacidad de movimiento, la seguridad personal y la vida de las personas en general. Imaginemos que, aun así, la conjunción de intereses políticos y privados hace que no se tome ninguna medida para solucionar la situación. Imaginemos que, de hecho, se criminaliza y señala a aquellos individuos que llaman la atención sobre lo que está pasando.

Pudiera parecer que esta historia está relacionada con una explotación minera, una central térmica o nuclear o una industria altamente contaminante, pero no. Esta historia es la historia de Barcelona y su protagonista es el turismo. Porque es la interrelación de intereses políticos y empresariales, con la anuencia y el apoyo de determinados medios de comunicación, la que hace que, no solo no se replantee el papel que las dinámicas de turistificación están jugando en la ciudad, sino que día sí y día también, se eche más leña al fuego, que gran parte de la cotidianeidad de los vecinos y vecinas de la capital de Catalunya se vea, no ya alternada, sino completamente desplazada por la gestión de un sector económico que nunca fue la “industria sin chimeneas” que nos vendieron. No es necesario imaginar, la realidad ya está aquí.

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Elecciones en Francia: el turismo como puente entre sociedades

Fuente: eleconomista.es

Este artículo fue publicado originalmente el pasado día 19/04/2017 en el diario Nueva Tribuna.

Elecciones en Francia: el turismo como puente entre sociedades

El próximo domingo día 23, mientras en muchas ciudades de nuestro ámbito más cercano se celebra el tradicional Sant Jordi, San Jorge o, simplemente, el Día Mundial del Libro, una conmemoración, donde, simbólicamente, se dan la mano la muerte de dos de las grandes figuras de la literatura universal –Shakespeare y Cervantes- junto a poderosas llamadas a la vida como son las rosas y los propios libros, en Francia se estarán llevando a cabo las elecciones más importantes de las únicas décadas.

Este inminente proceso electoral pone mucho en juego. Por un lado, el gobernante Partido Socialista, con su último Presidente con un más que bajo nivel de aprobación, se presenta extrañamente dividido entre el candidato que ha ganado las primeras, Benoît Hamon, y un outsider de la política tradicional, el liberal e independiente Emmanuel Macron. Por otro, el conservador François Fillon, otrora favorito para la victoria, se encuentra inmerso en diversos escándalos de corrupción de forma que, incluso, grandes y conocidas personalidades de su partido, Los Republicanos, le han retirado su apoyo. La izquierda no socialista, agrupada en torno a la candidatura de La Francia Insumisa y Jean-Luc Mélenchon, parece que va ganando apoyos cada día que pasa y, por último, la presencia ya constante desde hace décadas de la última representante de la familia Le Pen, Marine, al frente del antieuropeista y ultraderechista Frente Nacional (FN). Por supuesto que existen otras opciones, hasta 11 distintas, pero éstas son los que tienen más posibilidades de acceder a la segunda vuelta de las elecciones.

Aunque las encuestas varían casi cada hora, lo que a día de hoy parece más probable, si nada lo evita, es que la candidata del Frente Nacional pase, junto a alguno de sus oponentes, al ballotage del próximo 7 de mayo. El programa electoral de Marine Le Pen está impregnado de una visión altamente nacionalista que propone, entre otras cosas, la limitación de los derechos de los inmigrantes; la restricción de la libertad religiosa; avances en el carácter securitario del Estado; una lucha contra la globalización mediante el fomento del aparato productivo interno francés con liderazgo del Estado y, a nivel de asuntos exteriores, el rediseño de sus relaciones con la Unión Europea (UE) de forma que Francia salga del Tratado de Schengen, el cual garantiza la libertad de movimientos de los europeos por territorio de la Unión; se limite la inmigración interior legal del propio continente y se impongan tasas e impuestos a los trabajadores de origen extranjero, además de recuperar el Franco como moneda nacional, entre otras cuestiones. En definitiva, se trataría de una Francia que se miraría hacía sí misma, rompiendo, en cierta medida, las relaciones que tradicionalmente ha mantenido con el exterior.

Ahora bien, más allá de las posibilidades de dichos planes –por ahora solo electorales- los vínculos que nuestro vecino del Norte ha establecido con el resto del mundo no han sido solo políticos o económicos, sino también culturales, afectivos e, incluso, familiares. En este sentido, el turismo de y hacía Francia ha actuado como un puente entre culturas desde hace décadas. Así, según las últimas referencias aportadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), y con datos de febrero de este mismo año, quitando al Reino Unido, los Países Nórdicos y Alemania, Francia ha sido el origen de aquellos turistas que han realizado un gasto mayor –hasta 341 millones de euros- en nuestro país, con un incremento anual del 18,4%. Esto ha supuesto que más de 1,1 millones de franceses hayan visitado los distintos territorios del Estado español, con un incremento del 6,5% sobre 2016.

En sentido inverso, las cifras también son importantes. Así, Francia, principal destino turístico mundial con más de 85 millones de visitantes en 2015, vio incrementar éstas un 0,9% con respecto el año anterior, según la Embajada de Francia en España. Pese al leve retroceso de los visitantes europeos (-1,5%), largamente compensado por aquellos de origen asiático (+11,6%), las visitas procedentes de nuestro país se vieron incrementadas en un 4,9%, así como las de italianos en un 6,5%. Tal éxito ha hecho al actual Gobierno francés situar, para 2020, su objetivo de visitas en los 100 millones.

En definitiva, Francia es y seguirá siendo un destino mundial aunque sus relaciones con sus países vecinos, miembros del Club Europeo, puedan verse más o menos alteradas por las medidas políticas de los próximos gobiernos. Sin embargo, lo que parece más difícil es que el país ponga en riesgo una actividad como la turística, la cual supone el 7,4% de su PIB. Y no solo eso, sino que, en un mundo cada vez más global e hipermovilizado, los lazos e intercambios sociales, económicos y culturales que, entre otros, el turismo conlleva, hacen altamente improbable el, por algunos deseado, aislamiento de un país que fue, no lo olvidemos, protagonista del Siglo de las Luces.

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La gentrificació amenaça el Turó de la Rovira [Cómic]

Guió: Jordi Mumbrú / Il·lustració: Sagar Forniés I Manu Ripoll

Clicar aquí para descargar el cómic en formato pdf des de la web del Diari Ara.

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La cuestión turística y el COVID-19

Este artículo fue publicado originalmente en Hosteltur el pasado día 27 de julio de 2020.

La cuestión turística y el COVID-19

El COVID-19 ha llegado para cambiarlo todo. Sectores productivos completos, como el turístico, han sufrido, sufren y sufrirán profundamente sus consecuencias. Casi no nos acordamos que, hace escasamente un año, el debate era otro: las dinámicas de turisficación, masificación turística, impacto medioambiental de la actividad, etc. Entre ellos, además, el papel de los movimientos sociales en la denuncia y propuesta de alternativas en torno a la excesiva, en ocasiones, dependencia del turismo de determinados territorios, así como los impactos que generaba en el tejido social, ecológico, económico y cultural. En este sentido, en noviembre de 2019 aparecía el libro Turistificación Global. Perspectivas Críticas en Turismo, editado por Icària y coordinado por Ernest Cañada e Iván Murray.

Las investigaciones que relacionan turismo y movimientos sociales revelan cuestiones relacionadas con las dinámicas y luchas de poder sobre la producción del espacio, la capitalización de los procesos sociales y el uso de los recursos locales. Muchas de las acciones de protesta desarrolladas se han vehiculado a través de estructuras previas, como asociaciones de vecinos o entidades culturales, alejándose de los partidos políticos. Esto se explicaría por los cambios políticos y culturales acontecidos en las sociedades del Sur de Europa en los setenta y ochenta, pero también por los hechos vividos durante los últimos años del milenio y, sobre todo, por la Gran Recesión experimentada, principalmente aunque no de forma exclusiva, por el mundo occidental, a finales de la primera década del nuevo siglo; hechos que han generado unos movimientos que obedecen a marcos más flexibles y horizontales de participación y articulación social y política y que, aunque respondan a cuestiones materiales, se alejan de las rígidas estructuras de antaño.

En la reciente historia turística, nunca habíamos encontrado tal magnitud de casos donde el activismo político y las reivindicaciones de los movimientos sociales se posicionaran tan íntimamente en relación con el crecimiento turístico y sus consecuencias. Esta ola de criticismo, así como la malla enmarañada de colectivos y movimientos sociales que denuncian, pero también reivindican modelos alternativos al imperante en muchas ciudades y territorios, podría ser interpretada en función de la posición de sus protagonistas en procesos concretos de desposesión, así como por la constitución de clases. La crítica contra el sector turístico por parte de movimientos sociales ha ido evolucionando y cambiando de piel. Investigaciones futuras se aparecen como necesarias para poner el foco no solamente sobre las críticas y las denuncias, sino también sobre las propuestas y cómo estas son asimiladas e introducidas en los instrumentos políticos de gobernanza turística, así como las posibilidades de rearticulación que ofrece el impacto del COVID-19. Casos recientes muestran como la presión de los movimientos sociales han influido en medidas como planes estratégicos y ordenanzas municipales en ciudades como Ámsterdam, Paris o Barcelona.

Finalmente, la necesidad de re-introducir los aspectos materiales en el análisis de la relación entre movimientos sociales y turismo permitiría recuperar, aunque sea parcialmente, las propuestas y trabajos llevados a cabo por Manuel Castells a caballo entre los años setenta y ochenta —permitiéndonos hablar de La cuestión turística—, y servirían, también, para abandonar anteriores estériles marcos interpretativos que no persiguen otra cosa que mostrar una realidad despolitizada y desconflictualizada solo acta para la continuación de dinámicas de generación de desigualdad y exclusión.

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Turismofobia, frente de clases y #VidaLaietana

Fuente: fotomovimiento.org

Este artículo fue publicado originalmente en eldiario.es y catalunyaplural.cat el pasado día 13/05/2017.

Turismofobia, frente de clases y #VidaLaietana

La cita era a las 11.00 h.- de la mañana en la puerta del edificio que ocupa los números 8 y 10 en la barcelonesa Via Laietana. Sin embargo, los organizadores, una plataforma compuesta por, al menos, diecinueve organizaciones diferentes de la ciudad, habían llegado unos minutos antes a un callejón cercano para preparar la acción. La idea era sencilla, apropiarse, aunque fuera por un rato, de la Via Laietana; bailar llevando unas cajas de cartón con forma de casas sobre los hombros al ritmo de una ópera, dotar esta amplia avenida de la ciudad de vida construyendo #VidaLaietana en una zona que, actualmente, se encuentra de nuevo bajo el foco de los proyectos de reforma.

El objetivo principal de esta acción artivista no ha sido otro que reclamar al Ayuntamiento de Barcelona que convierta el edificio señalado en parte del prometido parque de vivienda pública, promoviendo la creación de 160 viviendas y comercios de alquiler en un inmueble que, de hecho, ya es de titularidad municipal.

En el manifiesto elaborado para la ocasión, los promotores de #VidaLaietana señalan la «voracidad de la industria turística y del mercado inmobiliario», así como los efectos que éstos generan y que se manifiestan en forma de expulsión de los vecinos y vecinas y de los comerciantes de su barrios, en este caso en el Barri Gòtic y, por extensión, del resto de Ciutat Vella. Una vez más, los movimientos sociales urbanos han denunciado el papel del mercado inmobiliario y masificación turística en las dinámicas de gentrificación y turistificación que se dan en la ciudad, algo que se presenta como una excelente ocasión para reflexionar sobre las últimas, y cada vez más frecuentes, acusaciones de turismofobia que parecen haberse instalado en algunos discursos políticos y empresariales.

Resulta evidente que aquellos mensajes de las paredes que señalan a los turistas como terroristas –Tourist you’are the terrorist– o los responsabilizan de destruir la ciudad –You are destroying the city, tourist go home-, y que pueden ser tildados de turismofóbicos, ponen el acento en la parte, digamos, más débil de la industria turística, el propio turista. Esto puede ser debido a éste es el elemento más visible, el de más fácil acceso, el que tiene una mayor presencia -a veces excesiva- en el espacio urbano de nuestras ciudades. Al contrario que un proceso de reforma urbana, que en principio puede agradar a todo el mundo y cuyos efectos tardan mucho más en verse manifestados, el turismo, los turistas, aparecen ante nuestros ojos copando la cotidianeidad con mayor velocidad y evidencia. Sin embargo, todos y todas hemos sido turistas y, de hecho, se podría considerar que el hecho de ser turista es un logro de las clases obreras de las sociedades de postguerra, con su mes de vacaciones pagadas y su libertad de movimiento.

Por otro lado, recientes encuestas comienzan a mostrar un cierto malestar entre los propios turistas, señalando la masificación y la propia explotación a la que se ve expuesta la ciudad. Los discursos contra el turismo centrado en los turistas se muestran, así, desubicados, erróneos o, lo que es peor, contraproducentes. En gran cantidad de ocasiones la narrativa turismofóbica, además de señalar al culpable equivocado, centra su atención en cuestiones vinculadas al civismo o a indebidos comportamientos en el denominado espacio público, lo cual puede llegar a generar respuestas institucionales basadas en nuevas ordenanzas que regulen el comportamiento en calles y plazas, el endurecimiento de las multas, etc., pero que no harán frente verdaderamente al elemento principal de la cuestión: la producción de la oferta y el hecho de que la ciudad, y en este caso Barcelona, se ha convertido en una gran fábrica social donde las dinámicas de explotación no se restringen, como tradicionalmente han sido, a la esfera productiva, esto es, los lugares de trabajo, sino que atraviesan sus paredes y se trasladan al ámbito de la sociabilidad y la reproducción social, las calles, las plazas, las viviendas, etc.

Una ciudad que vive una excesiva dependencia del turismo puede generar, y genera, disneyficación de los centros históricos, monocultivo comercial, pérdida de identidad local, gentrificación, transformación del paisaje urbano y heridas de muerte a la vida social de los barrios. La respuesta a esta situación puede venir desde la política institucional, el Ayuntamiento, el Gobierno de la Generalitat o del Estado, pero también desde la propia población a través de organizaciones como el reciente Sindicat de Llogaters, cuyo nombre, Sindicat, es más apropiado que nunca en el contexto antes señalado de explotación fuera del ámbito productivo, o la Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible (ABTS), que exige una regulación más profunda de dicho sector.

La acción de #VidaLaietana acabó con «Força» y un llamado a la «vuelta de la vida a los barrios». En solo media hora la plataforma cortó la Via Laietana y bailó, directamente, sobre ella mientras turistas curiosos continuaban con sus paseos, en bici o andando, por ambas aceras de la avenida. El área volvía, así, a su actividad natural, como también volverán los cruces de declaraciones entre instituciones echándose la culpa unos a otros por la compleja situación que enfrenta la capital. Sin embargo, algo bulle y Barcelona ha asistido, una vez más, a la conformación de un frente de clases en la ciudad.

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El año del turismo ¿sostenible?

Esto es una cosa que escribí el 14/02/2017 para Nueva Tribuna.

El año del turismo ¿sostenible?

Desde los años 70 del pasado siglo, desde diferentes agencias e instituciones de ámbito internacional con competencia e intereses en el desarrollo se ha venido apostando por el turismo como una forma relativamente rápida de impulsar el crecimiento económico y, por tanto, solucionar teóricamente problemas vinculados, entre otras cuestiones, a la pobreza y la exclusión social.

A partir de ese momento se produjo un cierto alineamiento entre las políticas de aquellos países interesados en incorporarse a la senda de la modernidad por la vía turística, con la agenda global de instituciones como el Banco Mundial (BM) o el Fondo Monetario Internacional (FMI) (proceso potenciado a raíz del conocido Consenso de Washington), pero también con aquellas empresas tanto nacionales como de carácter internacional que han sabido aprovechar la coyuntura para incrementar su presencia e inversiones en destinos que, hasta ese momento, no estaban a su alcance. El turismo se convierte, desde ese momento, en una pieza importante de determinados países y regiones con resultados y expectativas diversas.

Las Naciones Unidas han declarado 2017 como el Año Internacional del Turismo Sostenible. Por otro lado, desde la aprobación en 2015 -por parte de Naciones Unidas (ONU)- de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los consiguientes Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el turismo se articula, de forma decidida, dentro de unas políticas que reconocen que la principal asignatura pendiente, a nivel mundial, es acabar definitivamente con la pobreza. Así, entre los instrumentos para ello, y siempre según los documentos oficiales de la ONU, se encuentra el fomento de un crecimiento económico sostenido e inclusivo capaz de generar empleo decente para todos y todas, la promoción de la cultura y los productos locales y el uso sostenible de los océanos, los mares y los recursos marinos. Estas metas cuentan, como fuente de financiación, con la denominada Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), cifrada en un futuro 0,7% de la Renta Nacional Bruta (RNB) de los países donantes y, sobre todo, con las aportaciones del sector privado.

De este modo, el principal objetivo del turismo bajo el paraguas de los ODS pasaría porque el beneficio generado recayera mayoritariamente sobre las poblaciones locales en un sentido amplio, evitando, de paso, el máximo de los impactos que esta actividad productiva pudiera generar. Esto es, tal y como señalara Jordi Gascón, como un turismo responsable, “una propuesta que [afirma que es] posible plantear modelos turísticos alternativos capaces de respetar el medio ambiente, favorecer primordialmente la economía local, y en el que la población anfitriona tuviera un papel significativo en la gestión”. Sin embargo, como añade el propio Gascón, pese a los intentos de escapar del modelo turístico dominante, el turismo responsable habría sido instrumentalizado por las grandes empresas de forma que, bajo su etiqueta, se proponen actuaciones que finalmente no ponen en duda los fundamentos de tal dominación.

Sea como fuera, el turismo –responsable o no- vinculado a la cooperación internacional depende en gran medida de la citada AOD. España, para llevar a cabo sus políticas de cooperación internacional al desarrollo, entre otros instrumentos cuenta con la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID), la cual, a su vez, elabora periódicamente un Plan Director y un presupuesto. Para el año 2016, éste significó una inversión total presupuestaria de 2.396,30 millones de euros, lo que supone un 0,21% de su Renta Nacional Bruta, cuantía a la que habría que restar los 947,02 millones de euros destinados a financiar la Unión Europea (UE) y los 439,91 millones destinados a organismos financieros internacionales desde el Ministerio de Economía, según datos de la Coordinadora ONG-España (2016). Nos encontramos, por tanto, lejos del 0,7% deseado.

Si a esto le sumamos que los ODS no se encuentran exentos de crítica, ya que desde diferentes instituciones y colectivos se ha venido insistiendo en las debilidades manifiestas con las que estos cuentan, nos encontramos ante un Año Internacional del Turismo Sostenible interesante, ya que sitúa el turismo en el mapa de la agenda política, pero al que, posiblemente, le queda mucho camino por andar.

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El Pla Caufec o la importància de mirar la perifèria

Este artículo fue publicado originalmente en el Diari Públic el 9 de marzo de 2020.

El Pla Caufec o la importància de mirar la perifèria

El passat cap de setmana, la Plataforma No a al Pla Caufec reprenia les seves activitats de denúncia i sensibilització amb la celebració d’una calçotada al popular Parc del  Pou d’en Fèlix, a Esplugues de Llobregat. En aquesta ocasió, el col·lectiu perseguia subratllar els efectes que sobre el teixit comercial i la restauració local, així com l’ocupació, està generant el Centre Comercial Finestrelles, obert fa escassament un parell d’anys al barri del mateix nom; botigues de proximitat que no han aguantat la competència de les últimes campanyes nadalenques; jubilacions anticipades i tancaments de petits empresaris i empresàries; precarietat en la creació dels nous llocs de treball, etc. són alguns dels resultats tangibles destacats per l’activitat de Centre.

Cal recordar que el Pla Caufec es remunta a l’any 1991, quan l’Ajuntament d’Esplugues, en plena efervescència olímpica, presentava el projecte d’edificar, en terrenys dels barris de Finestrelles i Can Vidalet, un entramat d’oficines, pisos de luxe i centre comercial, en una zona que era, a més, considerada d’alt valor natural al peu de Collserola. El Pla va prendre el nom de l’empresa Caufec, filial al seu torn de SACRESA, propietat de la família Sanhauja, la qual, posteriorment, es farà amb el control del gegant METROVACESA poc abans que esclatés la crisi de la rajola. El cas dels Sanhauja comprant Metrovacesa és similar al dels Figueres comprant FERROVIAL Immobiliària des d’Habitat, l’intent del peix petit per menjar-se al gran amb un resultat final catastròfic. Així, després de nombroses manifestacions, accions simbòliques i intents de frenar el Pla, no va ser sinó la crisi la que es va encarregar d’aturar momentàniament el projecte urbanístic.

El final de SACRESA encara estava per arribar. El 2012, la societat arribava a un acord amb els seus creditors, un 70% de quitament del deute i el compromís de pagament de fins a 400 milions d’euros, el que li suposa el retorn al mercat immobiliari. Un cop es van desfer dels terrenys destinats al Centre Comercial i les oficines -que finalment desenvoluparà Cuatrecasas- els pisos de luxe inicialment previstos, que sortiran al mercat amb valors superiors al milió d’euros, els serviran per esbandir part d’aquest deute.

Pot semblar singular, però el Pla Caufec i els efectes que els desenvolupaments immobiliaris tenen en les poblacions properes a Barcelona, ​​no són poc freqüents. Els barcelonins estem massa acostumats a mirar-nos a el melic i oblidar-nos que, a escassos quilòmetres de les nostres cases i els nostres carrers, processos similars als viscuts per la nostra ciutat s’estan duent a terme. Mentrestant, superfícies comercials que creen paisatges banals i ocupació precària; centres històrics cada vegada més buits i més homogenis, i unes promocions immobiliàries no pensades, precisament, per als veïns i veïnes del context més proper, fan la seva aparició per tot arreu.

Potser sigui aquesta una nova oportunitat, esperem que no l’última, de recordar la importància de mirar a la perifèria.

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Cuestionario sobre «nuevas tendencias turísticas vinculadas al turismo de lujo»

Fuente: eldiario.es

A continuación, dejo aquí mis respuestas a un cuestionario enviado desde una publicación turística sobre supuestas «nuevas tendencias turísticas vinculadas al turismo de lujo». En realidad, mi postura es que se trata de una argumentación tautológica, es decir, que no se trata tanto de prever lo que va a ocurrir, sino de incidir en su consecución mediante la elaboración de este tipo de documentos. Aquí os dejo preguntas y respuestas.

¿Cuáles son los factores que afectan al incremento del turismo de lujo?

En realidad, lo que existe es un posicionamiento establecido por parte del sector turístico con la intención de captar un grupo de la población concreta, aquel que tiene una capacidad de gasto y consumo más alta que la mayoría y que, debido a las limitaciones y restricciones que hay vigentes para moverse por contextos internacionales, hoy no se mueven hacia contextos globales.

Esta parte del empresariado turístico busca ofrecer un producto diferenciado, exclusivo y elitista, con el fin de captar ese colectivo.

De esta manera, con la elaboración de este tipo de informes, denominados de «nuevas tendencias», mp se trata tanto de determinar qué s factores o circunstancias están promoviendo este tipo de turismo, sino que se trata, más bien, de un posicionamiento y deseo por parte de estos sectores para que estass denominadas tendencias se acaben cumpliendo. De ahí su carácter tautológico.

Añadir también, que cualquier informe de tendencias o de predicciones en las condiciones conyuctuales que estamos viviendo ahora mismo no sirven para nada, porque desde que empezó todo, ninguna de las predicciones hechas ha acabado de acertar.

¿Qué colectivo elegiría este tipo de destinos?

Estas campañas van dirigidas a esa necesidad de que este tipo de turismo ocurra tal y como ellos dicen. Va dirigido a un público muy selectivo, gente que tiene un nivel de ingresos medio y medio alto. Es decir, captar un tipo de turismo con capacidad de consumo, lo que se viene denominando, «turismo de calidad».

De esta manera, se reorientan o plantean alternativas a destinos exóticos o viajes de larga distancia, a nivel internacional.

Los destinos más aclamados por este tipo de viajeros

Como he comentado en la pregunta anterior, suelen ser destinos exóticos internaciones. Pero como hay una restricción muy importante, una cierta inseguridad y un desconocimiento de cara al futuro o a cualquier periodo vacacional cercano, imagino que la apuesta será por destinos cercanos que tengan las características que este publico pudiera escoger.

De este modo, puede ser destinos rurales, si es de proximidad, o grandes urbes, es decir, ciudades grandes con una oferta cultural interesante y un equipamiento y estructuras hoteleras con un producto de alta gama. Estos deben tener la capacidad de ofrecer aquellos servicios que este tipo de público busca: tiendas de productos exclusivos, vida nocturna interesante, o servicio de restauración de alta gama.

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La República de los Símbolos

Fuente: lasexta.com

Este artículo fue publicado originalmente en El Salto Diario el día 14/08/2018.

La República de los Símbolos

Ni social, ni popular, ni digital. Al final, la República de Catalunya será simbólica. El pasado martes día 30, en el acto de presentación del Consejo por la República en el Palau de la Generalitat, asistimos a un nuevo episodio del ya largo epílogo que está viviendo el procés. Si entre bambalinas unos y otros, pero sobre todo los otros, reconocen que es el momento de echar el freno y alejar unos años el horizonte político de la independencia, ese sector cada vez más líquido que gira en torno a Carles Puigdemont parece empeñado en seguir ocupando los menguantes espacios que la tozuda realidad les deja.

Así, por un lado, la inactividad parlamentaria y legislativa, los desencuentros entre socios de Gobierno y el resquebrajamiento de la unidad independentista y, por otro, la omnipresencia del President Quim Torra en toda aquella feria o festival tradicional que se lleve a cabo, la proyección de la ratafia como bebida catalana por excelencia y la escenificación de lo que algunos medios han denominado el «aurresku catalán», el Ball d’Homenatge, durante la presentación del mencionado Consell, dejan claro que si este espacio existe se manifiesta básicamente a través de los símbolos.

Justo este año se cumple el ciento cincuenta aniversario de la publicación de El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, hecho que vino a coincidir con aquello que la moderna historiografía denomina La Primavera de los Pueblos, esto es, la gran oleada revolucionaria que vivió Europa tras la restauración absolutista y que tuvo en 1848 uno de sus ejes principales. El surgimiento del mundo obrero organizado coincidió históricamente con la consolidación de los Estados-Nación y no por casualidad; un nuevo orden estaba naciendo. No obstante, si la obra marxista perseguía que este orden fuera más justo para los trabajadores, el emergente nacionalismo europeo tenía una agenda distinta: unificar bajo una misma soberanía aquellos numerosos pueblos que, hasta ese momento, habían vivido separadamente con el fin de alcanzar su propio programa, el de la ciencia, la industria y el capitalismo. Tras la derrota de los primeros, la Primavera de los Pueblos será, principalmente, una estación burguesa.

Es entonces cuando surgen los símbolos nacionales como poderosos vehículos de adscripción identitaria. Las banderas, los himnos, las flores y animales que pueblan la iconografía de los nuevos Estados, pero también los bailes, los días feriados y las canciones. No hay Nación, Estado o no, que no cuente con una amplia panoplia de elementos canalizadores de lo que considera su identidad. Muchas de las tradiciones y rituales que creemos ancestrales provienen de aquellos días en que la nueva clase al mando buscaba en el interior de sus fronteras elementos que permitieran dotar de legitimidad el orden establecido.

Esto, que podía tener sentido en un mundo relativamente aislado, con unos medios de comunicación primitivos y de alcance relativo y unos pueblos y ciudades más o menos homogéneos, no parece tener mucho sentido en el siglo XXI. Si algo caracteriza las sociedades contemporáneas es precisamente su fragmentación e hiperconexión. Empeñarse en ello es, cuanto menos, ineficaz; se persigue constituir una sociedad basada en elementos de profunda raigambre, sin duda, instaurados por unos lejanos padres fundadores, aunque con poca conexión con la realidad. Intentar aunar bajo antiguos símbolos poblaciones tan dispares, no parece la estrategia más adecuada a no ser que no se tenga otra cosa que ofrecer.

Actuando así, únicamente se consigue una República de los Símbolos, pero no una República de las Calles. Sin embargo, quizás aquí podría estar la explicación: evitar a toda cosa la revancha de los perdedores de la Primavera de los Pueblos.

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Sacar al pájaro. Silvestrismo y conflicto en la perferia de Barcelona

Lo que para algunos puede ser una supervivencia, esto es, un fenómeno social propio de supuestas etapas previas de la evolución social, fases superadas -y atrasadas- por la actual civilización urbana occidental, para otros es, simplemente, una forma de vida. El pensamiento higienista y la moral actual, heredera de las revoluciones burguesas de los Siglos XVII y XIX, han conformado un sentir hegemónico que ha aparcado, en gran medida, la relación humano-animal en torno a dos grandes ejes: el de su relación con la alimentación, donde el trato con los animales ha sido ocultado de los ojos, siempre sensibles, de la sociedad contemporánea, y el de una cierta idealización de la vida rural, un entronamiento de la naturaleza que olvida que, en casi la totalidad del planeta, los paisajes actuales son herederos, precisamente, de una actividad humana continuada. 

Entre ambos, podría situarse el fenómeno de “sacar al pájaro”, actividad que consiste, de manera básica, en la cría, exhibición y, en ocasiones, competencia en el canto de determinadas especies de fringílidos, género aviar que incluye, entre otros, a los jilgueros, pardillos y verderones. Esta afición, aún visible en gran parte de la periferia de ciudades como Barcelona, viene siendo acusada, desde hace años, de ser un ataque directo contra la fauna silvestre -se trata de aves que no se crían en cautividad, en su gran mayoría, sino que son cazadas en el campo-, además de suponer una forma concreta de maltrato animal. Nuestra sociedad bienpensante añade, además, otro elemento: el de rechazar la participación de la misma en el menú de acciones posibles a realizar en el espacio urbano. Para ello, desde determinados sectores, principalmente las clases medias urbanas y educadas, se desprende todo un relato simbólico que vincula este tipo de prácticas con otras de carácter estigmatizante, las cuales van desde su relación con el tráfico de drogas, hasta su no consideración como prácticas autóctonas, o nacionales, pasando por el hecho de que “hacen feo” o contienen potentes sesgos de género. 

Sea como sea, lo cierto es que, en particular, ambas márgenes del río Besòs, en su desembocadura en el Mediterráneo, son áreas donde este tipo de prácticas se hacen muy visibles y evidencian, una vez más, que su clasificación, junto a otras, como supervivencia, responde más a dinámicas de estigmatización y clasismo que a otro tipo de casuísticas.  

Descargar presentación aquí

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