La neolengua de Deliveroo

Fuente: eldiario.es

Entre las perlas del neoliberalismo se encuentra también una nueva versión de neolengua. Por si alguien no se acuerda, la neolengua era aquella forma de lenguaje que utilizaban los medios de propaganda y comunicación del Partido que nos mostrará George Orwell en su obra «1984». La idea era dominar, además de la vida cotidiana de los habitantes de la distopía orwelliana, la propia capacidad de soñar, de crear alternativas, de pensar, sustrayendo significados a significantes asentados, de forma que se dificultaran las reacciones o respuestas a los principios políticos dominantes. Por ejemplo, para decir malo el Partido había estipulado que era mejor decir nobueno. Y, así, todo.

Esto, como decía, que parece tan lejano o ficcional lo tenemos hoy día en nuestras vidas más presente de lo que pensamos. No tenemos un Partido único -aunque hay defensores de lo contrario- pero sí tenemos un sistema social y económico único o casi único, el citado neoliberalismo, que actúa como tal. Así, a los formadores de los trabajadores y trabajadoras de Deliveroo, la empresa de entrega de comida rápida, se les impide usar, por ejemplo, términos tan normales como turno, salario o contratación, siendo sustituidos estos por misión, pago por servicio o contratación, en su propia variante de neolengua. No me lo invento, en serio, sale en correo electrónico extraviado al que ha tenido acceso la gente del diario Público. El objetivo no es otro que evitar que estos hombres y mujeres, los riders, puedan recurrir ante las instancias pertinentes su reconocimiento como trabajadores y trabajadoras y, por tanto, los derechos que todavía son inherentes a una relación contractual según el Estatuto menguante de los Trabajadores.

En el capítulo XIII de El Capital, Marx apuntaba la existencia de lo que él denominaba un «ejército industrial de reserva». El mismo estaba constituido por aquellos trabajadores y trabajadoras aun ajenos al sistema fabril y que desarrollaban su labor vinculados a dicho sistema, pero en el ámbito del trabajo domiciliario. Dependían por entero de la fábrica y su patrón, que les aportaba la materia prima y los pedidos, pero a diferencia de los trabajadores y trabajadores que permanecían en las factorías, estos debían encontrarse siempre disponibles, «diezmados durante una parte del año por trabajos forzados inhumanos y corrompidos durante la otra por la falta de ocupación». Años de lucha sindical, afortunadamente, acabaron con esta posibilidad de relación con el trabajo.

Según Marx, el desarrollo del propio sistema capitalista, tendente a la creación natural de monopolios, junto con el desarrollo legislativo propio de la época, acabarían de eliminar esta especie de reducto de un modo de producción anterior, aumentando aun más el sistema de producción capitalista y fabril clásico. Y tenía razón, pues ha sido tanto la evolución del propio capitalismo, como las leyes ad hoc que lo han acompañado, las que han empujado y fomentado la creación de empresas como Deliveroo, Uber, etc., que, en el fondo, no suponen más que una vuelta a una situación que, a mediados del siglo XIX, parecía transcurrir en sentido contrario: la de aquel ejército industrial (en este caso de servicios) de reserva que espera pacientemente con sus bicis, coches, etc., a que los empresarios y empresarias les hagan llegar la materia prima y el pedido.

Aunque claro, también puede ser que me esté equivocando yo y que lo que estoy considerando trabajo no sea más que una actividad, como sugiere el correo extraviado de Deliveroo y claro, por llevar a cabo una actividad no se puede exigir, por ejemplo, un mínimo de pedidos garantizado, perdón, en neolengua, una asignación automática de pedidos por reparto.

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