A mi me daban dos

Creo que nadie de mi generación se escandalizaría si le contara que, cuando yo era pequeño, si me dolía la tripa, mi madre me daba una copita de ginebra para esquivar el dolor. O que, cuando no tenía hambre, era frecuente que abriera el estomago con algún que otro vasito de vino dulce. Sin embargo, si hoy en día hiciéramos algo así con nuestros hijos, no me extrañaría nada que acabáramos siendo incluso denunciados.

Viene esto a cuento de mis últimas lecturas, y alguna que otra reflexión, sobre el papel del alcohol en nuestra sociedad. En las culturas del Mediterráneo (cabe recordar aquí que el Mediterráneo no existe como cultura única, sino que son diversas y complejas las formas culturales que se han desarrollado en las riberas de este antiguo y poético mar), el papel del alcohol ha sido, de forma consuetudinaria, distinto en gran medida al ejercido en otras sociedades del norte de Europa. Aquí, el alcohol en forma principalmente de vino y licores, ha estado ligado a numerosas formas rituales, fiestas religiosas, ceremoniales y un sin fin de elementos culturales que conforman nuestras sociedades. Quiero recordar aquí que, cuando hace unas décadas, el Estado español era visitado por antropólogos americanos e ingleses, los cuales nos estudiaban como bichos raros, les llamaba mucho la atención la relación que nuestro país mantenía con el alcohol. A  modo de ejemplo, el antropólogo americano Stanley Brandes, en sus estudios sobre la sociedad castellana en Becedas (Ávila), señala como los hombres del pueblo podían estar desde la mañana a la tarde bebiendo vino sin caer en la ebriedad, lo que contraponía enormemente su propia experiencia personal en los Estados Unidos o en estudios llevados a cabo en México. La relación que estos habitantes de la Ávila de hace 40 años tenían con el alcohol no es la misma que tenemos hoy en día. Cuando aquellos hombres y mujeres que trabajaban de sol a sol en el campo, y que tomaban vino en una cantidad tal que hubiera tumbado a un mariachi se acercaban al alcohol, lo hacían, aun sin saberlo, de una forma holística, es decir, no tomaban al vino como un elemento separado del resto de la alimentación, sino que formaba parte de ésta a través de un entramado complejo y extraordinario que incluía las relaciones sociales (no se bebía solo/a) y que lo contenía como un factor más. Beber y comer, concibiendo esto como «unidad», de forma cultural, se evitaban circunstancias que aparecían en otras latitudes, como los problemas de alcoholismo.

Hoy en día, en las sociedades modernas donde vivimos, hemos perdido gran cantidad de estas concepciones. Nuestra relación con el alcohol ha cambiado, quizás debido a la importación de modelos o a la permeabilidad de las formas de ocio, pero sin duda es una forma distinta. El acercamiento al alcohol se produce desde la «prohibición», no desde una concepción holística de la alimentación, y esto ha afectado nuestra percepción del mismo, pasando de ser un elemento social a una cuestión de salud pública.

Quizás quede de nuestra mano, aquellos y aquellas a los que nos daban, no una, sino dos copas de vino dulce para abrir el apetito trasmitir a nuestra progenie cómo beber, comer y disfrutar.

Hoy más que nunca, Salud!

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