Campofrío en la sociedad de la posverdad

El Diccionario Oxford ha elegido la palabra del año, posverdad. Aunque parece ser que la vetusta publicación e institución británica estaba pensando en hechos como el Brexit o la inesperada victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas cuando escogió este neologismo como referente a ser incluido en sus prestigiosas páginas, no hace falta irse tan lejos ni a consideraciones tan elevadas para encontrar algún ejemplo donde aplicar la nueva entrada. Sin ir más lejos, en nuestra querida península tenemos algo que, cada fin de año, mucha gente espera con el mismo o mayor entusiasmo que el discurso del Rey -del nuevo, no del viejo-, o el antiguo anuncio de Freixenet y sus burbujas, el anuncio de Campofrío, donde la acepción encontraría una más que útil aplicación.

Para el famoso Diccionario, posverdad sería aquello que «relating to or denoting circumstances in which objective facts are less influential in shaping public opinion than appeals to emotion and personal belief«, esto es, que relaciona o denota circunstancias en las cuales hechos objetivos  influyen menos en la formación de la opinión pública que apelaciones a la emoción o a la creencia personal».  Así, no importa tanto que una cosa sea verdad como el hecho de que esté contada mediante el uso abundante de recursos emocionales o esté dirigido, de forma directa, a nuestras más profundas creencias. Algo a lo que Althusser directamente denominaría ideología.

Pues bien, y yendo al asunto que no concierne, el anuncio de Campofrío -aunque también se podría decir que el marketing en general, así como las estrategias publicitarias, funcionan todas en la misma dirección- es, desde su primer segundo, una demostración más que evidente de eso que se ha venido en llamar posverdad.

Todo aquel y aquella que lo haya visto estará de acuerdo conmigo en que el comercial se encuentra centrado en algo que podríamos llamar la superación de los desacuerdos. Diferentes personas y por diferentes cuestiones manifiestan opiniones contrarias (política, deporte, alimentación, etc.) y difícilmente conciliables, sin embargo, casi al final de sus cuatro minutos de duración, estas diferencias -prejuicios los llama el anuncio- son mágicamente superados por… ¡el amor! Acto siguiente, y como si las relaciones de pareja pudieran ser automáticamente aplicadas a la generalidad de los grupos sociales, las imágenes nos muestran, bajo una gran pancarta que dice «Hijos del entendimiento», a los que se entiende que son, precisamente, los descendientes directos de estas parejas: decenas de personas que aplauden y lloran. Y ya está, la magia de los sentimientos ha obrado su labor y las discrepancias, las diferencias políticas, culturales, territoriales, etc., han desaparecido. Y todo por obra de una empresa de alimentación.

Más allá de la profunda orientación cristianoide del anuncio -sí, señores de Campofrío, eso de que el amor todo lo puede lo inventó la Iglesia Católica hace dos mil años y luego lo popularizó Disney, aunque no ha tenido mucho éxito a lo largo de la Historia-, lo que el anuncio oculta, o mejor, lo que este magnífico ejemplo de posverdad no nos dice es que las diferencias no se superan con amor, sino que es precisamente el conflicto y su superación lo que genera el pegamento social suficiente para mantener las sociedades unidas y en funcionamiento. Así, Max Gluckman, eminente antropólogo de la Escuela de Manchenter, ya señaló, en la década de los sesenta del pasado siglo, que «el conflicto y la superación del conflicto (fisión y fusión) son dos aspectos del mismo proceso social que están presentes en todas las relaciones sociales. La fisión y la fusión no sólo están presentes en la historia de grupos singulares y sus relaciones, son inherentes a la naturaleza de toda estructura social». Es decir, es precisamente la confrontación del conflicto lo que determinaría la estructuración de los diferentes grupos sociales que conforman las sociedades, no su ignorancia o el «pasar por encima», como señala el anuncio.

Más recientemente, politólogas como Chantall Mouffe, han llamado la atención sobre la necesidad de volver a la democracia agonísitica, es decir, aquella que se basa, precisamente, en la lucha entre distintas interpretaciones, para huir de aquel «fin de la Historia» que nos habían anunciado con la caída de la URSS o, también, para huir de la pospolítica, expresión que Zizek definía como aquella forma de entender la política donde «el conflicto entre las visiones ideológicas globales, encarnadas por los distintos partidos que compiten por el poder queda sustituido por la colaboración entre los tecnócratas ilustrados». Algo que ya conocemos a qué nos ha abocado.

En definitiva, lo que el anuncio de Campofrío proyecta no es más que un intento ideológico de proyectar un mundo libre de conflictos -de prejuicios- donde la verdad, la de un mundo de relaciones conflictivas provocadas por distintos intereses, como sanciona el Diccionario, no importa tanto como el amor y lo sentimientos.

A ver si el año que viene se lo curran más.

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PS: No quería acabar el presente texto sin hacer mención a otra de las mentiras del anuncio: la de las dos Españas. Al comienzo del mismo, en sus primeras imágenes, este muestra una escena ambientada en lo que parece ser la Guerra Civil española. Un miliciano anarquista y una joven católica se miran con complicidad. Tras una interrupción del cruce de miradas por parte de una señora que se encuentra detrás de la chica, ésta grita «rojo», a lo que el miliciano responde «fascista». El anuncio, inmediantamente, incorpora una frase en medio de la pantalla que dice así: «En este país, las personas de diferente ideología, credo o forma de vida, están condenadas al desacuerdo». El tópico de las Españas enfrentadas se hace carne de nuevo. De nuevo, el mito de los dos bandos que ignora que el experimento democrático de la II República finalizó por un Golpe de Estado de tintes fascistas que se llevó por delante la vida de cientos de miles de personas. Que quede claro, las dos partes no eran iguales ni tenían la misma legitimidad.

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